El privilegio de tener unos padres que, cosa poco usual en este mundo, querían que sus hijos fueran artistas, le mostró desde siempre un universo libre de ataduras. París, en un momento de su vida, no solamente fue la sede de su universidad, la Sorbona, donde estudia Letras Modernas, sino ese espacio que la nutre de tal manera que Viviana opta por cambiar su educación formal por aquella que le brinda el mundo. “En Francia leía todo lo que caía en mis manos, veía todo, cosas geniales, pero sólo veía, no fui a la escuela (de cine)”, y se diría que desde esa mirada atenta se fue construyendo como directora de cine y teatro, experiencias que junto a su oficio de escritora la constituyen.
Además de lo señalado, en la vida de esta dramaturga hay un personaje que fue una especie de luz, el puntal más fuerte de su existencia: su hermano Juan Esteban, “la primer vez que escribí un cuento se lo mostré y él creyó en mí, en mi capacidad”.* Cuando Juan Esteban regresa de París hacen Sensaciones (1991), la película en la que ella debuta como actriz y codirectora de su hermano. Al poco tiempo de esa experiencia tan enriquecedora le toca vivir uno de los momentos más dolorosos, la partida definitiva de quien era su apoyo primordial, “es su muerte la que me obliga a seguir porque en esa época creía que no podía nada sin él”.* Ese año noventa y tres, cuando también había terminado su primera novela El paraíso de Ariana, marca un hito en su biografía, encuentra en la creación y en el trabajo una manera de darle sentido a la vida. Se cuestiona también si fue acertado haber dejado trunca la carrera; pero, en el fondo de su corazón sabe que ese título la hubiera direccionado hacia un trabajo más convencional.
Viviana es una trabajadora incansable a quien los impedimentos no la han detenido; un proyecto la lleva a otro y si la película tropieza encuentra la salida en el teatro. Varias ideas para el teatro se han gestado durante la producción cinematográfica. Ha escrito y dirigido: El gran retorno (para TV), Titanes en el ring, Retazos de vida. Su escritura dramática se inicia con Mano a mano, le sigue Tres, Escenas familiares, La torera, María Magdalena, la mujer borrada, entre otras.
Sus días transcurren llenos de actividad, el comedor de su casa es el lugar de producción, está habituada a trabajar en medio del ruido, lo aprendió desde la juventud cuando su hermano estudiaba piano y lo tenía de vecino de cuarto. “La torera se gestó en mi casa cuando mi hijo era un bebé, mi última película, no podía dejar a mi hijo”.* Tiene en su familia su equipo de apoyo, su marido hace la fotografía y la edición, sus hijas están involucradas en sus proyectos y su madre la apoya cuando hace falta. Solamente las mañanas, que son más silenciosas, las dedica a la escritura. Los horarios lo imponen su dinámica familiar, pero ella siempre se arregla para avanzar en sus metas. No le interesa la vida social ni las fiestas, “mi premio es tiempo para releer un guión, o tomarme el domingo en la mañana cuando todos duermen para ver un ensayo”.*
En esa vasta producción no tiene favoritos, reconoce el cine como lo más complejo de producir porque se labora con mucha gente y el tema económico es siempre difícil. El teatro le da grandes satisfacciones y retos, en cada obra vive los personajes junto con los actores. Le gusta el desafío de trabajar con aficionados. Le teme a la escritura porque es un trabajo solitario y se sabe muy crítica con sus textos. Ama su oficio y tiene presente figuras como la Yourcenar, Colette, mujeres extraordinarias que las toma como modelo. Admira a Woody Allen, a Sam Mendes, porque son personas que trascendieron en su campo de trabajo.
Tiene muchos planes para su vida, a pesar de que “se siente el tiempo”,* entonces se necesita más energía y fuerza para caminar. Se ve haciendo lo mismo mientras le dure la vida: “Me encanta, lo disfruto, quizás la escritura es lo más fuerte…”.*
*Entrevista: Genoveva Mora Toral
Fotografía: Lorena Cordero