Violeta Luna: para seguir escribiendo
Crear imágenes, metáforas, dulces argumentos de palabras, voces y silencios. Cuando Violeta escribe, los pájaros “se toman el cielo”, “el rostro mineral de la existencia se mancha con el humo cotidiano”, los bosques interiores florecen”. Su vida entera es verso y respira cantos azulados, jilgueros despreocupados, el espejo en el que es dueña de ella misma, la memoria que “vuela indomable detrás de las edades”.
A los 11 años comenzó su vocación. La influencia de su padre y su madre, buenos lectores, acentuó esta vocación. En los años sesenta, cuando no había internet ni teléfono ni televisión, estaba el radio Telefunken para oír noticias y música. Estaban los libros, la biblioteca, la narración de los padres, el estímulo de los profesores. A los 15 años, Violeta ya tenía escritos, que guardaba celosamente en un cuaderno. Cuando llegó a la universidad, Galo René Pérez, notó su afición a la poesía y se convirtió en su tutor y guía literario. En esos años los diarios tenían espacio para la poesía joven, la gente leía y amaba la poesía. Violeta tenía 19 años y empezó con pie firme. La Universidad Central del Ecuador auspició la publicación de su libro en una colección llamada “Poesía universitaria”. Luego salió ‘El ventanal del agua’.
Nacida en Guayaquil, creció en San Gabriel, provincia del Carchi. En la Universidad estudió Literatura y Castellano, y se doctoró en Ciencias de la Educación. Fue profesora de Lengua y Literatura en colegios de algunas ciudades del Ecuador, como el Normal de San Pablo del Lago, el Manuela Cañizares, el colegio Experimental Quito, el Gran Colombia. Dio clases de Gramática Aplicada en la Facultad de Periodismo de la Universidad Central.
Violeta admiraba al grupo Caminos que publicaba mucho en los suplementos de los periódicos. Leía a Euler Granda, Ana María Iza, a los hermanos Arízaga, Yolanda Medina. César Dávila Andrade, Jorge Carrera Andrade, Gonzalo Escudero, Ileana Espinel fueron su inspiración. Se casó con el poeta Euler Granda con quien tuvo cuatro hijas. Su vida pasó entre la cátedra, el hogar y la escritura. La nombraron jurado del premio Casa de las Américas y se excusó porque debía cuidar de sus hijas, el hogar le demandaba tiempo.
No obstante, seguía escribiendo y publicando. La Casa de la Cultura del Guayas publicó sus libros ‘Posiblemente el aire’ y ‘Los pasos amarillos’ (cuentos) gracias a Ileana Espinel, para Violeta una gran escritora a la que guarda gratitud. Ella impulsó a muchos jóvenes de la generación de los 70.
La escritora cuenta con dieciséis libros de poesía y tres de cuentos, en estos describe episodios de la provincia, los paisajes de San Pablo del Lago, las lagunas, ‘El pañolón de la abuela’ narra recuerdos de la casa, de la abuelita, el campo, la niñez. Los otros son ‘Los pasos amarillos’ y uno que fue escrito en México.
La obra poética de Violeta consta en antologías de dentro y fuera del país. Recuerda con entusiasmo su participación en el festival de poesía de Medellín. Allí se maravilló de ver cómo la gente escucha la poesía, en las calles, en los estadios, en todas partes. La gente pide autógrafos a los poetas en los bancos, en las calles, en las cárceles.
Su obra se nutre de la naturaleza, el amor, la cotidianidad, es una poesía que rescata las situaciones diarias de la existencia. Cada libro refleja una etapa de su vida, algunas más fáciles de afrontar, otras más complicadas. “Cuando se supera la juventud, etapa difícil, en la tercera edad, surgen la serenidad, la madurez, se ven las cosas de otra manera, los libros vienen con más seguridad, los primeros salen con muchas vacilaciones”, comenta la poeta.
Hablando de su obra, según ella, ‘Corazón acróbata’ es un libro fuerte, ‘Memoria del humo’ es más apaciguado, se trata de una biografía de la niñez en verso. Entre otros premios obtuvo, con su libro ‘Las puertas de la hierba’, el Jorge Carrera Andrade del Municipio de Quito, a la mejor obra publicada.
Antes de jubilarse trabajó en la Casa de la Cultura Benjamín Carrión. Relacionada con todos los escritores del país, era correctora de pruebas y daba su informe sobre lo que debía o no publicarse. Allí se estructuraron proyectos de poesía, cuento y ensayo. Consta en el número 8 de la colección ‘Poesía junta’, libro antológico que recoge poemas de algunos de sus libros.
Rigurosa en su apreciación de la poesía, considera que esta es mal entendida porque no siempre es poesía lo que se publica o lo que se lee. “Hay necesidad de conocer a fondo la poesía, estar viviendo con ella para saber si es o no poesía. La poesía es el género más difícil porque para escribirla uno tiene que hacer acopio del conocimiento básico del idioma y saber que cuando se la escribe se trabaja con esencia, con unidades líricas, con símbolos, metáforas”.
Ante la típica pregunta de qué le inspira para escribir, Violeta recuerda que Alicia Yánez Cossío dijo alguna vez que hay que aprovechar el “trance lírico”, pues si lo dejamos pasar no sale nada. Violeta sabe que cuando llega ese momento llamado inspiración, necesidad, anhelo de decir, una idea brillante, hay que aprovechar. Cuando le llama la atención alguna cosa especial, la escribe, al igual que un recuerdo trascendente, alguna música, un libro.
Una de sus experiencias de vida fue el viaje a Estados Unidos, donde tuvo un trabajo duro, en medio del cual le venía el “trance lírico”. Escribía a escondidas del supervisor, en una libretita anotaba la idea y al llegar a casa armaba el poema. ‘Una sola vez la vida’, libro de poemas cortos, es el producto de esa experiencia. Vivió también en México, donde escribió ‘Lugar de tortugas y calabazas’, libro inédito que recoge la vida de personajes típicos del estado de Jalisco.
También le gusta el análisis literario, la crítica literaria. Ha hecho comentarios de poetas, tiene un libro: ‘La lírica ecuatoriana’, en el que toma en cuenta a siete poetas del Ecuador.
Ha escrito poemas para sus hijas; buenas lectoras, herencia de familia, leen desde muy pequeñas. La nieta escribe también. Con su hija Dioné prepara un proyecto de cuentos para niños con ilustraciones de ella que es una artista de la pintura. Mayarí, su hija menor heredó la vena poética de su padre y su madre y es poeta y música a tiempo completo.
Violeta sabe que la poesía es algo que no se puede dejar. A veces se dice “voy a suspender la actividad literaria”, pero cuando hay verdadera vocación es imposible. Ahora sale poco, a veces acepta invitaciones a recitales o conversatorios sobre poesía. Se mantiene alejada, mirando hacia adentro, en silencioso contacto con ella misma y con la poesía. Para seguir escribiendo.
Jennie Carrasco
Fotografía: Andrés Berrezueta
Encuentro de Editores Andrés Bello
Venezuela, 1987