Rosa de la Independencia
Arrullada con palabras de libertad y rebeldía
Generosos paisanos, honrados vecinos, nuestros dulces y amados hermanos: ¿Hasta cuándo mantenemos vejados y humillados la argolla de la ciega servidumbre en nuestros cuellos? ¿Hasta cuándo sufrimos la vara de hierro sobre nuestras espaldas? ¿Hasta cuándo arrastramos las cadenas de la hostilidad, opresión y dominación extranjera de nuestro propio suelo?
Así comenzaba una hoja volante repartida en el barrio de San Roque, donde vivía y trabajaba la abuela de Rosa Zárate. Podríamos decir, entonces, que Rosa, nacida en 1763, fue arrullada con palabras de libertad y rebeldía. Obligada a casarse, a los quince años, con un hombre violento, mucho mayor que ella, sintió que la casa del marido en Riobamba era una prisión y huyó de ella. Enfrentó dos juicios, llevados por la Iglesia, por abandono de hogar. El marido ganó los dos juicios, pero no pudo quebrar la voluntad de Rosa, quien persistió en su libertad junto a su abuela y a las mujeres de San Roque, y junto al hombre que amaba, Nicolás Peña.
Las postrimerías del siglo XVIII estuvieron llenas de conspiraciones independentistas. Rosa participó en ellas junto a Manuela Espejo, Manuela Cañizares, María Larraín, María Ontaneda y otras patriotas de las que no nos habla nuestra “historia patria”. Para 1809 Rosa, Nicolás y su hijo Francisco Antonio participaron activamente en la fallida Independencia del 10 de agosto. Su hijo fue tomado prisionero y encerrado en el Cuartel Real de Lima. Durante un año el ejército realista ocupó la ciudad de Quito, y durante un año Rosa y otras mujeres conspiraron para sacar a los patriotas de la cárcel. El 2 de agosto de 1810, el día previsto para la toma del cuartel, avisado de lo que iba a suceder, el ejército realista asesinó a los patriotas y desató una represión brutal que fue respondida con enfrentamientos en los barrios en una verdadera guerra: la guerra de Quito.
En los anales históricos no consta la participación de las mujeres en esta guerra, la participación de Rosa Zárate como mayor conspiradora.
Miles de quiteños salieron en un éxodo hacia Ibarra al conocer que Toribio Montes, a quien llamaban el Pacificador, llegaría a Quito. Rosa y Nicolás también salieron. La historia cuenta sobre el afán de Montes por apresar a esa mujer que se había atrevido a pensar en la Independencia y a enfrentar a un ejército por sus ideales. Pedía a gritos su cabeza para colgarla en la plaza mayor, para escarnio de los quiteños rebeldes y de las mujeres insumisas.
El 17 de julio de 1813 en Tumaco, Rosa fue fusilada junto a Nicolás. Sus victimarios no quisieron ver sus rostros, los pusieron de espaldas para descargar sus balas. Las cabezas cercenadas fueron enviadas a Quito para satisfacer el deseo del presidente Toribio Montes. La cabeza de Rosa, con los ojos abiertos, debe haber sido su pesadilla hasta en el cielo, donde tenía comprado un lugar con indulgencias.
Lola García, octubre 2022
Fuente: Gaceta La ilustración ecuatoriana N°11. Año: 1909