Natasha Salguero

Los libros y el teatro fueron el escenario de una niñez que transcurrió entre la fantasía y la realidad de un hogar privilegiado, donde sus padres trabajaban e incentivaban en Natasha la concepción de una vida que iba más allá de la cotidianidad doméstica.

Lectora voraz, como ella misma se reconoce, leyó siempre, tuvo el privilegio de tener dos bibliotecas donde escoger: la de su padre repleta de cosas de teatro, en tanto que la de su madre estaba copada de novelas y ensayos, de manera que esa niña amante de las letras tenía, como quien dice, un paraíso a su alcance.

Para Natasha era muy natural actuar y entender el teatro, y es que siempre estaba escuchando trabajar a su padre. Stanislavski no era extraño para ella, como tampoco era lejano aquello del trabajo de mesa. Podía asumir un papel porque entre el juego y lo que escuchaba ya había adoptado un personaje. Era la compañera de su padre al teatro, a pesar de ser la quinta hija. Admiraba y quería a la gente de la tramoya porque la permitían explorar ese mundo detrás de la escena.

El arte y los oficios relacionados le llegaron de manera natural; un día se encontró con unos versos de su hermana Sonia, actriz, y pensó: “Entonces se puede escribir lo que una siente”,* y ahí mismo, a los nueve años, empezó un oficio que ha estado presente durante toda la vida.

Su padre fue don Sixto Salguero, hombre importante del teatro ecuatoriano, y su madre, María Virginia Bravo, profesora de historia y geografía, una mujer inteligente de espíritu sensible, quien a más de su oficio apoyaba la labor teatral de su esposo haciendo los vestuarios. Era una feminista de palabra y obra que inculcó en sus hijas esos principios, desde la vida misma.

Natasha estudió danza desde los cinco años y lo hizo durante una década, recuerda a su profesora Sabine Naundorf. Sin embargo, su preferencia a la hora de escoger una carrera irá por el Periodismo y las Bellas Artes, que las tomó simultáneamente, aunque por lides políticas ésta última quedará inconclusa.

Nunca ha dejado de escribir poesía, son varios los libros de poemas publicados. Pero fue su novela Azulinaciones, publicada en 1989 y ganadora del premio Aurelio Espinosa Pólit, su mayor carta de acreditación en el mundo de las letras. Creación que rompió más de una regla, tanto a nivel social como estructural; un libro que marcó un momento de la literatura ecuatoriana y le dio muchas satisfacciones a nivel de la crítica y de la recepción; sus ediciones se agotaron rápidamente.

Tiene escritas otras dos novelas: “la una espero publicarla. No he sido una persona muy preocupada por ese tema, tampoco he tenido grandes opciones”,* señala. Su posición ante el establishment en su juventud hizo que el asunto de la publicación pasara a segundo plano, prefería expresarse a través de happenings, como una actitud de activismo político y artística; pintaba y quemaba lo que hacía.

Hoy, reconoce que no puede dejar de escribir poesía, la siente más amigable, “la narrativa exige un ritmo que no lo puedes abandonar, en tanto que en la poesía se puede escribir donde sea, en un café, en cualquier hoja… Me gusta que mis textos decanten. No publico por currículum sino porque vale la pena”.

Como toda mujer comprometida lo ha sido también a nivel de pareja, ha trabajado en muchas cosas, a veces no muy gratas pero económicamente necesarias. Ella ha sido el gran apoyo para su compañero de vida, Wilson Pico, el bailarían y coreógrafo a quien le ha dedicado energía y trabajo en sus producciones, el diseño de vestuario, pero sobre todo desde una posición crítica, quizá porque la danza fue también una de sus primeras pasiones.

En un tiempo ejerció como crítica de danza y teatro con el afán de impulsar el movimiento escénico, una tarea que no siempre le deparó el entendimiento del gremio, pero le permitió impulsar a algunos bailarines.

Poeta, ensayista y narradora tiene entre sus referentes a grandes de la literatura universal como Rabindranath Tagore, Charles Dickens, Margarite Yourcenar, Genet, Cocteau, Kurt Vonnegut y muchas figuras que van ocupando su admiración dependiendo del momento de lectura. Ama el cine y es Woody Allen uno de sus favoritos. 

La materia prima de su trabajo es el lenguaje, sabe muy bien que todo aquello que toca su sensibilidad y la nutre “se vuelve carne y se vuelve también palabra”.*

*Entrevista: Genoveva Mora Toral

Fotografía: Amaranta Pico
2008