Bajo el signo promisorio de Marietta
Al final del breve prólogo a Páginas del Ecuador, su gran obra histórico-político-literaria, Marietta de Veintemilla escribe: “Pero, ya digo y repito: ni persigo el aplauso, ni me intimida el insulto. Cumplo con una necesidad de mi espíritu y acepto sin temor las consecuencias”. Es la severa conclusión de esas “Dos palabras” en que la gran estadista y estratega política advierte, contundente, que lo que sigue es una revisión de cuentas y una evaluación histórica que el Ecuador del futuro se merece.
Páginas del Ecuadorhace evidente al menos dos rasgos de Marietta de Veintemilla: su talento y su valentía. Si en 1890 era una rareza que una mujer pudiera acceder a la educación, no es difícil imaginar los obstáculos que habrá tenido que vencer Marietta para publicar un libro tan controvertido, frontal y peligroso como el suyo. En él no solo hace un recuento histórico y político del Ecuador desde su independencia, en el que describe con rigor y pensamiento crítico los avatares del irregular camino del país hacia su nacimiento como verdadera república; sino, y sobre todo, demuestra la potencia de su mente lúcida, su pluma implacable e irónica con los vicios de los poderosos.
La lengua de Marietta de Veintemilla no tiene nada que envidiarle a la de Juan Montalvo. De hecho, si algo los diferencia, es la desigualdad de oportunidades que la condición de mujer de Marietta debió significarle desde el día en que nació. ¿Por qué, entonces, en las facultades de historia, de sociología, de ciencias políticas, de literatura, es tan infrecuente el estudio de Páginas del Ecuador? ¿Por qué no ocupa este libro luminoso y tenaz, afilado, severo, hábil y temible el lugar que le corresponde junto a Las Catilinarias–la obra que atacaba a su tío, Ignacio de Veintemilla– como obra inaugural del ensayismo político ecuatoriano? Poco importa que fueran rivales en sus inclinaciones políticas: es la gestualidad de la escritura la que, en el caso de ambos, queda resonando cuando los dictadores y los caudillos ya han muerto. Una forma de pensar, un deseo plasmado en el papel.
Marietta fue presidenta, generala, subversiva, pensadora política, historiadora, urbanista amateur, visionaria, cosmopolita, precursora de una moda más alegre, gran anfitriona, ícono del feminismo. Gracias a ella, las mujeres de su tiempo pudieron hacer sus paseos vespertinos sin vigilancia masculina. Gracias a ella los vestidos de las mujeres empezaron a darle color a las plazas y las calles de la ciudad. La asociación no es antojadiza. No estaría de más preguntarnos por el rumbo que hubiera tomado nuestra vida política colectiva (la de las mujeres y la de todos los ecuatorianos) si la voz de Marietta hubiera sido tan escuchada como la de cualquier hombre. Liberal, liberada y audaz política, dedicó su vida al pensamiento, a la escritura y a la emancipación. Se midió con las voces autorizadas, con los líderes políticos más poderosos de su entorno. Lideró facciones militares y, dicen muchos, era la verdadera presidenta durante el mandato de su tío.
Como le correspondía en su calidad de pensadora aguda y empecinada en ver en su presente lo que es cierto e innegable, fue terriblemente pesimista en su evaluación de la realidad política ecuatoriana. Y sin embargo, como toda mujer aferrada a la fuerza de la vida, aun en el exilio y de cara a la derrota de lo que ella creía el mejor destino del país, conservaba el brillo anacrónico de la confianza en el futuro: “El Ecuador –escribe–, aunque desgraciado hasta el día, no tiene sin embargo, por qué perder la fe en sus destinos futuros. Los pueblos más grandes y prósperos hoy, han tenido también su noche negra de horrores”.
Sería necio evaluar hoy, con la perspectiva histórica de la que gozamos con respecto a esos lejanos fines del siglo XIX, qué tan sesgada estaba Marietta en sus juicios sobre su tío. Sería, asimismo, muy poco sensato buscar en sus escritos recetas políticas entendidas como fórmulas de éxito. Por el contrario, lo que sobrevive –lo que se salva del fuego– tiene que ver con otro tipo de política, una que se escurre de nombres propios, facciones partidarias, codicias bajas y coyunturas distantes. Marietta de Veintemilla, su figura, lo que de ella nos alcanza con su fugaz fulgor de otro tiempo, promulga, sobre todo, una política del deseo. Es en eso que es posible rastrear en ella una figura de lucha feminista. Porque “nos mueve el deseo”, como dice el canto del movimiento de mujeres, sabemos que lo que ejerció Marietta cuando arengaba a las formaciones militares y cuando escribió Páginas del Ecuadory cuando decidió caminar por la ciudad sin compañía masculina, pasa muy lejos de una posición en la casa de gobierno e incluso de una defensa del círculo familiar. Una persona solo se enfrenta a las huestes hostiles, sabiendo que nunca podrá ejercer efectivamente el poder, cuando está movida por el más inapelable deseo. El deseo es siempre sin objeto, dice el psicoanálisis, y eso lo hace la fuerza más poderosa y más enigmática del mundo. Esta lección, arrojar el cuerpo hacia la misteriosa dirección en que nos empuje el ajeno deseo que nos habita, es la gran lección de Marietta de Veintemilla. Su figura pequeña en medio de la Plaza Grande, entregada por completo al éxtasis de un triunfo imposible, rodeada por batallones de hombres contagiados finalmente por su pasión: ese es el legado poderoso que nos han querido ocultar.
Daniela Alcívar
Fotografía: D.R.A.
Quito
Siglo XIX
Fondo Audiovisual del Archivo Histórico de Quito del Museo Nacional Del Ecuador