Maribel Solines Estrada

La única forma de vivir muchas vidas al mismo tiempo es interpretarlas con el teatro

Alicia Ortega Caicedo

Conozco a Maribel de toda la vida. Fuimos compañeras de colegio los doce años de escolaridad en el Liceo Panamericano, cuando estaba ubicado en el Barrio del Centenario. Vivíamos relativamente cerca la una de la otra, en el sur de Guayaquil: crecí en el barrio del Centenario y Maribel en el barrio de Seguro. La imagen que guardo de Maribel es su capacidad para resolver, su alegría, sus inagotables ganas de celebrar la vida, su optimismo a pesar de, su risa contagiosa, sus ganas de hacer cosas sin complicarse; curiosa, dinámica, entusiasta, versátil, espontánea: puede hacer de cualquier momento un motivo para festejar. Desde niña ama a los gatos y su color favorito es el amarillo (ahora es el fucsia, me corrige). Elegimos la especialización químico-biólogo durante los años del ciclo diversificado y nos graduamos de bachiller con la idea de estudiar medicina. Rápidamente abandonamos ese proyecto, tras un viaje a Alemania donde una suma de encuentros nos puso en contacto con una amplia posibilidad de caminos a seguir en el campo del arte, del pensamiento, de la experiencia vital. Al regreso de este viaje, ambas optamos por estudiar literatura en la Universidad Católica de Guayaquil. Allí, un día, descubrimos el TUC (Teatro Universidad Católica). Así relata Maribel ese primer encuentro suyo con el teatro: entré al salón de ensayos, me recibió el director Ernesto Suárez –que en esa época, años 83-84, era director del teatro El Juglar, director de todo un movimiento teatral en Guayaquil que puso el acento en la exploración de la cultura popular urbana y de clara orientación social bajo el magisterio de Augusto Boal–, enseguida me incorporó al entrenamiento y rápidamente me asignaron un personaje para una obra que ese fin de semana se desarrollaba en un parque de la ciudad. Me gustó muchísimo la experiencia, me incorporé formalmente al grupo, asumí compromisos, le perdí interés a la carrera de literatura y decidí dedicarme por completo al teatro. Transité por varios grupos. Admiraba la forma de hacer teatro de El Juglar: tenían su propio espacio, desarrollaban obras de contenido social, el público los quería. Lo más importante: ese grupo de actores vivía del teatro. Y eso era lo que yo quería. Para mí el teatro es el oficio de las infinitas posibilidades, es mezclar colores y formas en historias increíbles que un ser humano tal vez nunca tenga la posibilidad de vivirlas.

A partir de ese encuentro, Maribel comenzó a explorar opciones para estudiar teatro y consolidar su formación como actriz. Así, buscando, dio con un convenio de estudios en Brasil. Aplicó, estudió portugués para aprobar el examen de suficiencia y no pudo optar de entrada por una carrera artística porque debía dar un examen de admisión presencial. Debió, entonces, elegir otra carrera y fue así como regresó en Brasil a la literatura: estudió Letras – Portugués Francés – literatura en la Universidad Federal Fluminense (1987 a 1990). A la vez, paralelo a los estudios literarios, cursó una formación tecnológica en Artes Escénicas, en Casa das Artes de Laranjeiras (CAL) que todavía existe, actualmente convertida en universidad: uno de los espacios más bonitos que he conocido en Río de Janeiro, dice Maribel, al pie de Cristo Redentor: una casa grande tipo hacienda, con una escalera larguísima que para subirla hay que hacerlo en una especie de ascensor. Allá le dicen bondinho, que es como un tren que sube en diagonal. Allí estudié, fue difícil ingresar porque era muy competitivo, pero lo logré y fue una de las experiencias más maravillosas que he tenido. En mi último año de estudio, conocí al actor y director Amir Haddad, que todavía vive y se ha dedicado al teatro popular. Director del grupo Tá Na Rua (Está en la calle), que abrió el camino de un teatro social y volcado al espacio público desde 1980. Haddad y otros artistas cariocas decidieron tomarse las calles. Pensaban que el espacio abierto propiciaba más libertad para crear un lenguaje que se alimentara de las características y de las necesidades del pueblo brasileño. Maribel recuerda las enseñanzas de Haddad: dice que todos somos artistas, que el ser humano tiene la necesidad de expresarse a través de su cuerpo, de su voz, de su alma. Sus montajes se realizan en la calle al aire libre, con la gente, con el transeúnte, con el ciudadano común y corriente, con los feligreses, con la gente de a pie. No está de acuerdo con la vanidad de los actores, sino que apuesta por el desarrollo de una idea que se encarna y se expresa a través del cuerpo de un actor. Conocerlo, ser entrenada y dirigida por este maestro, rememora Maribel, fue una experiencia fundamental en mi formación. Actualmente, mantengo contacto con mis compañeros de esa época a través de un chat que se llama El Mambembe, que fue la obra con la que nos graduamos. Nos mantenemos en permanente comunicación y, hace poco, acaban de hacerle un homenaje a Amir Haddad que sigue combatiendo en las calles de Río de Janeiro. Como parte de ese reconocimiento, publicaron un libro acerca de su vida en el que incluyeron un pasaje acerca de mi experiencia con Haddad.

A mí me gusta celebrar.

La vida es corta y hay que disfrutarla.

Hay que vivirla, hay que gozarla

Una vez concluida su estancia en Brasil luego de ocho años, Maribel regresó en 1992: regresé con la ilusión de plasmar en Guayaquil lo que había aprendido. Me encontré con otra realidad: la energía de la gente es diferente. La energía del pueblo brasilero es festiva, musical y celebratoria. La experiencia con Haddad, por ejemplo, me enseñó la necesidad de celebrar la vida y celebrar el teatro en las calles como se celebra el carnaval en Río: una expresión cultural llevada al teatro. Y eso, lógicamente, no lo encontré en Guayaquil. Entendí que no se puede replicar lo aprendido en una cultura diferente. Sigo haciendo teatro, y con el tiempo me di cuenta que la gente va al teatro a desestresarse, a reír, a entretenerse. También hay que reconocer que, en nuestro medio, el público que busca un teatro profundo, de ideas, que no sea comedia, es bastante reducido. Dice Maribel que la vida es corta y hay que gozarla, bailarla y divertirse: no me gusta escudriñar en las heridas y en los dolores. Eso no me gusta para mí. Puedo disfrutar de una obra profunda, que cuestione al ser humano en su esencia y existencia. Pero lo que me gusta es celebrar y celebrar: que estoy aquí, que existo, que puedo actuar, que hay sol, que hay un nuevo día; celebrar la música, los colores.

En su carrera, Maribel ha trabajado como actriz, directora, directora de televisión, guionista y como creativa. El área en la que más a gusto se siente es en la creativa. Se siente en casa, dice, cuando tiene libertad para crear historias y contenidos: la creatividad es lo que me ha caracterizado a lo largo de mi carrera. Incluso para construir los personajes. No me gusta estar en un lugar cómodo ni repetir lo que ya me salió bien, me gusta lanzarme a la exploración de nuevos retos. Desde 2022, Maribel ha desarrollado, junto a Prisca Bustamante y Ruth Coello, Mujeres sin regla: un Stand Up (comedia de pie, literalmente, un género humorístico que privilegia la interacción directa con el público). Este género, que tampoco es nuevo, ha encontrado acogida en nuestro medio en vista de la dificultad para encontrar auspicios y financiar proyectos que exigen la inversión de un capital significativo. Así, continúa Maribel, llegamos al Stand Up para hablar de nosotras. Un día, mientras me duchaba, dije: “Mujeres sin regla”, porque no respondemos a ninguna regla y tampoco tenemos menstruación. Esa línea nos gustó a todas. ¿De qué se trata este proyecto? De nosotras. Hablamos desde nosotras: contamos realidades que, en muchos casos, las hemos vivido en carne propia o a través de la experiencia de otras mujeres y las interpretamos como si fueran propias. Una mezcla de realidad y ficción sobre nosotras mismas. En el campo propiamente de la actuación, mi reto es cantar en escena. A pesar de no ser ni cantante ni bailarina, me gusta que en los espectáculos en los que participo haya un espacio para cantar. Y para eso necesito prepararme. No soy cantante, pero sí canto. Cantar en escena es todo un reto. En nuestro show de Mujeres sin regla canto. También hay otro espectáculo que está en cartelera, un show infantil, “Guinguiringongo” (una obra musical infantil para niños pequeños) en el que interpreto a la bruja Maruja, una bruja ridícula y divertida. Con este elenco hacemos varias obras a lo largo del año. En estas obras tengo la oportunidad de cantar en vivo, lo que para mí es un reto importante: no olvidarme la letra, no desafinar, escuchar el monitor, entre otros desafíos.

Maribel habla de su pasión por la música y no puedo dejar de asociar su gusto por el canto con su padre Alfredo Solines. Recuerdo cuando de chica visitaba a Maribel en su casa y entrábamos al cuarto de su papá: un espacio de trabajo repleto de aparatos sofisticados e instrumentos musicales. Alfredito fue radioaficionado, aficionado de la fotografía e integrante de la Orquesta tropical del Pibe Arauz. Tampoco es difícil reconocer en la vocación actoral de Maribel el legado de su madre Elena Estrada. Un legado en el orden de lo sensible. “Crecí en un ambiente artístico”, dice Maribel: mi mamá estaba dotada de una fuerza histriónica, sin haber sido actriz. Siempre ha sido muy graciosa y le decíamos Lucy Ball, por sus formas tan expresivas y porque usualmente se metía en problemas como la protagonista de El Show de Lucy. Apasionada, irreverente y muy divertida. Mi papá músico, tocaba teclado en una orquesta. En mi casa siempre había música, de la mañana a la noche. Mi papá se reunía con sus amigos para hacer música. Él hacía composiciones divertidas. Por ejemplo, cuando a mi hijo le salió su primer diente, compuso una canción y convocó a sus amigos para que la tocaran. Le gustaba la salsa clásica, el jazz y el bossa nova. Y yo crecí en ese ambiente. Sin duda, me digo, Alfredo y Elenita, seres entrañables y únicos: espontáneos, acolitadores (como decimos por estos lares), amantes de la vida. Imposible no reconocer en Maribel el legados de ellos.

Le pregunto a Maribel sobre referentes en su carrera como actriz, los papeles que recuerda con más emoción y cariño: una obra que para mí fue decisiva es La casa de Bernarda Alba, bajo la dirección de Marina Salvarezza (en 1984). Haber tenido la oportunidad de participar en ese montaje con el papel de Adela, la hija menor, fue muy importante al momento de apostar por el teatro como opción prioritaria. El papel de Adela fue difícil y complejo, requirió de un minucioso trabajo para entender al personaje. Interpretar ese personaje fue para mí el descubrimiento de todas las posibilidades que hay en el teatro. Dije, “quiero hacer esto”. En esa época, con 20 años, no sabía hacia dónde encaminarme profesionalmente. Tenía ese sentimiento (que no ha dejado de acompañarme) de querer hacer muchas cosas al mismo tiempo y la única forma de vivir muchas vidas al mismo tiempo es interpretarlas con el teatro. La pasión de Adela, su irreverencia, su enfrentamiento con el poder, dejarse llevar por sus sentimientos, fue para mí la respuesta que estaba buscando para mi vida.

Otro personaje que me encantó interpretar fue La Madame, en el montaje de formatura O Mambembe (la obra de graduación). Este personaje, La Madame, era una actriz de teatro que conoció al amor de su vida en un pueblo lejano, dejó la compañía de teatro y se dedicó a ser la esposa de un coronel. En esta obra tuve que cantar. Fue entonces cuando me di cuenta que cantar en escena es muy difícil, porque con el guion si te pierdes con una palabra la puedes cambiar o tienes alguien que te apoya. Cuando cantas estás absolutamente sola, y si no tienes un buen entrenamiento resulta muy complicado. Fue una de las dificultades que tuve que enfrentar de entrada en mi carrera.

Otra obra que me marcó fue La Celestina. Tenía alrededor de treinta años y me dieron el papel de Areúsa: una prostituta que hacía parte de la comunidad de la Celestina. En este papel tuve que hacer un desnudo en escena (medio desnudo, porque tenía que mostrar el pecho). Teníamos funciones escolares y eso fue una revolución porque, si bien es cierto que la iluminación me escondía un poco, resultaba irreverente mostrar el pecho desnudo en el escenario. En televisión he participado en casi todas las novelas que se han hecho. Mi primera producción fue La chica de Manta (1985), guion de Raúl Vallejo. Hay un personaje que recuerdo con particular cariño: una enfermera, madre de María Gracia, en una novela de Ecuavisa, La novela del Cholito. Este personaje tenía algo especial: había sido víctima de un marido violento, que le había arrebatado a su hija y ella buscaba todo el tiempo recuperar el amor y el respeto de su hija (que había crecido con una historia inventada por el padre). Ese papel fue desafiante para mí, porque requería de un trabajo interpretativo demandante. Había escenas muy hermosas. En televisión, este personaje ha sido el único que me ha movido el piso. En cine, estuve en una película titulada Mejor no hablar de ciertas cosas (2012), de Javier Andrade. Hice parte del elenco con el personaje de una ex reina de belleza de Portoviejo Elena Chávez, una mujer que vive de las apariencias con dos hijos drogadictos y uno muere en su ley. Es un personaje secundario, pero fue una experiencia valiosa trabajar con ese equipo y trabajar en el cine.

Reconozco en los personajes que Maribel ha interpretado, aquellos que rememora con particular admiración y cariño, matices de ella misma y episodios que me hacen pensar en su propia experiencia vivida. Es entonces cuando realidad y ficción convergen en una misma historia de vida: no sabemos si hemos aprendido de los personajes que interpretamos y los hacemos carne de nuestra carne, o si los elegimos (o nos tocan en el reparto) porque nos parecemos de antemano y por efecto de una suerte de ley de atracción. Esto imagino mientras escucho a Maribel hablar acerca de los personajes que ha interpretado. Maribel, Adela, Areúsa, La Madame, Maruja, Elmira en Tartufo, Estrella en La vida es sueño, entre otras, guardan muchos rasgos en común. Las junto y hago con ellas un solo rostro: una misma fuerza, una misma pasión, una misma carnalidad. Muchas vidas en una sola vida.

Le pregunto sobre su presente como actriz: actualmente, en Guayaquil, hemos descubierto que hay espacios nuevos donde la gente busca tener un entrenamiento extendido: ver un show, comer algo rico, tomarse los tragos. Como respuesta a esa demanda, se han abierto espacios donde la gente come, bebe y ve un espectáculo: tarima, micrófono y cero escenografía. En estos espacios contamos nuestras historias, resultan escenarios versátiles en donde solo nos hace falta tres micrófonos y tres sillas (si no hay sillas, bastan los micrófonos. Si no hay tres, con uno está bien. Si no hay ninguno lo hacemos con nuestra propia voz). La comunidad que hemos venido construyendo, como “Mujeres sin regla”, está integrada por personas de treinta años en adelante, que llevan a sus madres para que se diviertan; por lo general, son las mujeres quienes invitan a su familia para compartir un momento divertido. Hemos aprendido a manejar las redes sociales para promocionar nuestras obras y construir esta comunidad. Sigo reconociendo a la Maribel que conocí desde niña: sabe entrar y salir, construye comunidad con lo que tiene, convoca, junta, reúne, acerca los cuerpos para formar un espacio de actuación y de risa compartida aun cuando las condiciones no son las más favorables. Su secreto: no detenerse e improvisar, hacer con lo que tiene sin dejar de hacer, reírse de sí misma, identificar en una grieta cualquiera la promesa de vida en un pequeño tallo que florece.

Maribel Solines Estrada

Actriz

Obra: La Casa de Bernarda Alba

Dirección: Marina Salvarezza

Año: 1984

Foto: Archivo personal