“El teatro ha sido como el maestro de la vida, es el que me ha enseñado la vida, pero es una vida insegura, la vida del no saber nunca, de lo incierto, la vida sin seguros”.
Desde siempre soñaba y se convertía en algún personaje construido en su imaginación, aún en esos tiempos de una España difícil, donde fantasear era complejo. El “papá de Pulgarcito” fue oficialmente su primer papel, de ahí hará un largo paréntesis hasta terminar sus estudios. Ya licenciada en filosofía, un día de esos mira Historias del Zoológico, de Albee y “me digo, tengo que ir a Madrid a conocer esta gente”. Efectivamente llegó, junto con Ramiro su esposo, un ecuatoriano a quien conoció en la universidad; y empezó a estudiar teatro con el TEI, ese era el grupo que tanto la había impactado. Al poco tiempo formaba parte de él. Sin embargo, el espíritu aventurero de su pareja los lleva a Londres, donde se quedan tres años, Charo busca completar sus estudios de teatro. Si bien en España había tenido de profesor, nada menos que a William Layton –el maestro que introdujo a Stanislvaski en España y creador de la técnica llamada Transformaciones- quería encontrar otros métodos. “Fue una indagación para mí, tomé varios talleres, no pude actuar porque me exigían una entonación que nunca logré”. Lo que sí logró fue aprovechar de todo aquello que Londres ofrecía, esta ciudad fue para Charo la vitrina donde pudo “ver cosas extraordinarias, mucho teatro, ópera, danza. Tuve la oportunidad de ver a Peter Brook por ejemplo”.
Más adelante vino la maternidad y la necesidad, para Ramiro, de volver a Ecuador. Llega esta actriz, a finales de los setenta y se encuentra con una ciudad en la que si bien, la formación teatral estaba en ciernes, la única escuela oficial recién nacía; había mucha gente inquieta en el teatro. Se gestaba un movimiento teatral que marcaría una época en el teatro ecuatoriano. “Eso fue muy motivador, encontrarme en un medio que estimulaba y pedía hacer teatro, en ese sentido me transforma”.
Conoce a Arístides Vargas y a Susana Pautasso y empiezan una indagación del medio, optan por lo marginal, por lo más débil; como un primer acercamiento a una sociedad que, obviamente, desconocían. “Un trabajo muy fuerte de adaptación”. Deciden trabajar en la Ferroviaria Alta, un lugar complejo, integrado por migrantes de provincia. Van hasta el cabildo barrial e invitan a la gente, los involucran en su actividad, los impulsan a crear pequeñas obras nacidas de su realidad “se armaban sociodramas sobre su problemática y los representábamos por el barrio”. A raíz de eso, queda para el barrio el grupo Fantasio, que según se sabe, persiste, con alguno de los fundadores y por supuesto con integrantes nuevos.
El siguiente paso fue Malayerba desde donde han construido un grupo con características muy particulares, por él han pasado y se han formado numerosos actores y actrices ecuatorianas. Malayerba se ha establecido con personalidad propia y con una estética que la identifica. Charo ha crecido teatralmente en ese espacio; desde ahí se erigió maestra, directora actoral de sus puestas en escena. En ese contexto ha vivido sus mejores y, seguramente, los más difíciles de su profesión. Los días que dirigió El señor Puntila y su criado Mati, en el ochenta y seis “me sentí como una persona de teatro, completa”.
En este momento de su vida, cuando uno de sus compañeros del TEI ha muerto, se plantea, en memoria de Antonio LLopis, así se llamaba, llevar a la escena esa obra que tanto la marcó: El Zoológico, de Albee.
Su presencia en el escenario malyerbano empezó con Robinson Crusoe, La Fanesca, Doña Rosita la soltera, El señor Puntila y su criado Mati, Pluma, Jardín de pulpos, La muchacha de los libros usados, y muchos etcéteras, porque la lista es amplia.
Ha dirigido actoralmente a varios grupos en Ecuador. Junto a su compañero, Arístides Vargas, gran parte de su tiempo lo dedican a dictar talleres, dirigir obras en diferentes países de América, así también a presentar las obras malayerbanas en escenarios del mundo y en festivales.
María Eugenia Paz y Miño
Fotografía: Eduardo Quintana.
Obra “Francisco de Cariamanga”. 1992