María del Carmen Albuja

Dueña de un envidiable espíritu, de energía desbordante, dones que le han posibilitado ir aceptando los retos que la vida le ha puesto, y gracias también a su carácter decidido, crea invariablemente una interrelación especial con la gente.

Ese era su talante desde la niñez en el colegio de los Sagrados Corazones, que para ella fue la puerta que le abrió el camino al arte, la poesía y el teatro. Las monjas eran muy entusiastas y presentaban con regularidad obras dramáticas donde María del Carmen era, asiduamente, protagonista. Ya desde entonces daba cuenta de una memoria privilegiada, que la mantiene intacta y sorprende, porque es capaz de repetir sus poemas, aquellos que escribió en la juventud, así como los de los grandes poetas universales. Su agilidad mental sigue ilesa, convertir en verso sus emociones y sentimientos es un ejercicio que la divierte. Se deleita y deleita con la declamación, y anota que se la debe a su gran maestro, Alfredo León, a quien recuerda con gran cariño y admiración, pues él, con su enseñanza, le señaló la ruta hacia la escena. 

Terminó el colegio, fue a la universidad y luego se casó con Raúl Guarderas, un hombre inquieto por el arte, quien también en su juventud transitó por el mundo artístico y de la bohemia. La vida en pareja transcurrió en el campo en la hacienda de Machachi; sin embargo, ahí en el pueblo, Raúl hacía teatro y junto a él estaba su compañera.

Vendrá luego la ciudad y su dinámica más bien doméstica para la generación de esta mujer, quien justamente imprime una tónica distinta, como anota Paco Tobar en el prólogo de Las orquídeas florecen en otoño, “esta dama quitense es lo que fue para París doña Gertrudis Stein…”. Se le ocurrió por esos tiempos formar ‘la universidad libre’, sobre todo para las mujeres que no tuvieron acceso a ella, de ahí sale el grupo La Buhardilla, que guiado por importantes escritores y por la propia María del Carmen, conforma uno de los primeros clubes de lectura de Quito.

Convocaba e inquietaba también a intelectuales e interesados, a teatreros y a aficionados para hacer teatro, para hablar de teatro, y mudaba la sala en escenario. Su casa era de puertas abiertas para jóvenes y otros no tan jóvenes; amateurs y profesionales se entregaban a los textos, al ensayo y a la puesta en escena. Varias fueron las obras que dieron a luz en aquel salón lleno de vida y también de uno que otro fantasma, porque su dueña recuerda a la dama de negro y velo largo que deambulaba por las noches, como recordándole que ese era su lugar y tal vez, solo tal vez, fue por eso y porque la expectativa de llegar al escenario oficial (el Teatro Sucre) no se concretó, que un día de esos a la doña se le ocurrió: “Si tenemos ese espacio atrás de la casa, ¿por qué no convertirlo en una corrala al estilo español?”. 

Corría el año 1980 y nace el Patio de Comedias, “el teatro hace treinta años se había apagado y nosotros lo volvimos a prender hace treinta y seis años”.  Claro que conforme correspondía a su papel de esposa, María del Carmen cede el lugar de privilegio actoral a Raúl Guarderas y ella se convierte en la productora de este nuevo espacio, cumple su rol con mucha eficiencia. El elenco inicial del Patio estuvo compuesto por casi todos los integrantes de Teatro Independiente, que con el autoexilio de Paco Tobar se quedaron sin teatro. De modo que son Guillermo Tobar, Rosario Mera, Miguel Ordóñez, Miguel Espinosa, Fanny Lucio y Paca Reyes, entre otros, quienes acompañan en esta aventura en la que María del Carmen llevaba la batuta. La comunicación a su cargo funcionaba estupendamente, pues con su carácter “se metía al bolsillo” a los redactores de El Comercio, y casi le cedían su puesto para armar toda la estrategia promocional. Además de ser la productora, anfitriona y administradora, cosía y hacía las escenografías, “estas manos se dañaron tiñendo telas en la tina de mi baño”, dice.

Mientras todo esto ocurría, ella no había dejado de escribir. Las circunstancias de vida cambian, a los diez años de trabajo decide que es momento en que su hija Juana, quien ya estaba enteramente dedicada al teatro, tome la posta y se haga cargo del Patio…

María del Carmen regresa a administrar sus haciendas, trabajo que hasta ahora lo realiza con la misma energía de hace treinta años, aunque reconoce que es muy demandante y sacrificado.

Tal como ella sostiene: “Mi vida ha sido muy rica y quiero escribir sobre las vivencias que Dios me ha permitido”*, sus días transcurren entre el campo y la ciudad, donde siempre encuentra el tiempo para escribir, para asumir la vida y sus eventos que por momentos parecieran inentendibles, como el Alzehimer, que apoderándose de Raúl la colocó en posición de comprender la existencia desde otra perspectiva, incluso descubrir, en un momento, la posibilidad de otro lenguaje para comunicarse con una mente que vive en otra dimensión. Trabaja como voluntaria para ayudar a las familias de quienes padecen esta enfermedad y compartir su postura frente a ella: “El señor Alzheimer llegó a nuestro hogar como huésped no deseado, pero estaba allí y no podíamos sacarlo de casa. Nos tocó conocerlo, aceptarlo e incluso amarlo. En nuestras manos estaba la magia, la alquimia capaz de transformar y sublimar las cosas con la luz de la sabiduría y de Dios”.*

*Entrevista: Genoveva Mora Toral

Fotografía: Archivo personal
Estudio Rivadeneira
1957