“Amigable, laboriosa y creativa hasta la última función”
Nacida en Loja en el seno de una numerosa familia campesina que en los años setenta llegó a la capital, Liliana hizo sus pinitos de titiritera, como tantos otros, con los “sabios ranos”, Fernando y Claudia, entrañables amigos y maestros.
Una etapa importante, tanto personal como profesionalmente, la vivió junto a Augusto Lavanda, lojano como ella. A decir de Claudia Monsalve, un gran constructor de títeres, se conoció con Liliana en una de esas temporadas en las que él, también, trabajaba con la Rana Sabia. Junto a Augusto fue parte de Trapichillo, el grupo nacido en Loja, trabajando siempre con títeres. Y para completar ingresos, administraban la cafetería en La casa de la Danza.
Liliana era una gran trabajadora, excelente productora, y para complemento, muy creativa en el diseño de vestuario, de modo que “se batía” por todos lados, como dice la sabiduría popular, todo para salir adelante y crecer con el arte de los títeres. Participó por un buen tiempo con Alberto Caleris en una campaña de salud de Unisef. “Ahí se fogueó mucho” dice su querido amigo Fernando.
De gran carácter, laboriosa, amigable y constantemente abierta a nuevas oportunidades, para ella no constituía dificultad alguna hacer amigos, ni hacer de otros mundos su país; por eso un día del año mil novecientos noventa y seis que andaba de gira por Colombia, decidió que era un buen lugar para establecerse, sin mayores planes ni garantías, con mucha expectativa y ganas de trabajar, gestionó con los “Hilos Mágicos” el tradicional grupo de Pereira y se quedó en el país vecino. Estudió con Ciro Gómez, reconocido titiritero, asimismo recibió las enseñanzas de Manzur, otro marionetista “mágico”, dice Moncayo “como el papá de los títeres”.
Regresó, luego de esta etapa de riquísimo aprendizaje, lo hizo por una temporada, con una obra de gran imaginación que tenía como protagonista a una muñeca gigante, encantó a grandes y chicos en el Avión de la Fantasía, allí en plena Carolina.
De regreso a Colombia, mientras recorrían la región del Gran Caldas, siempre convencida de trabajar para la periferia, para los “otros”, contrajo una violenta enfermedad, un virus que no dio tregua y se la llevó de manera inesperada.
Liliana vivió intensamente y se ausentó antes de tiempo. Sus más cercanos amigos, su gente de teatro, su hijo Nicolás y su hermana Carmen, cumpliendo sus deseos la despidieron junto al mar; Nixon García pronunció el adiós, Fernando leyó un poema, mientras las cenizas se esparcían y el agua envolvía en su blanca espuma los últimos vestigios de una teatrera de mucho corazón.
Genoveva Mora Toral
Fotografía: Nicolás Maldonado