Ha caminado su vida con la decisión y el empeño de una «mujer inquieta y andariega», como alguna vez la definía Hernán Crespo Toral. Inquieta porque ha sido incapaz de quedarse protegida en las paredes de su casa o de su estudio. Desde muy joven amplió su mirada y entendió el arte como un universo más completo, que no contenía solamente la pintura.
Ella recuerda que su interés por pintar se manifestó desde que era niña, cuando la tiza invadía las paredes de su habitación y se deleitaba con el color, que a fuerza de lamidas le proporcionaban los caramelos, que en manos de Eudoxia cambiaban al estatus de pinturas.
A pesar de que hizo estudios formales por ocho años en la Escuela de Bellas Artes, sabe que su esfera artística creció cuando conoció a Guillermo Larrazábal, el compañero de su vida y el artista a quien siempre admiró y lo tiene como su referente más cercano.
De carácter afable, invariablemente directa en sus apreciaciones, inepta para el adulo, resistente a la vanidad, empeñada constantemente en cumplir con su compromiso, ha transitado los caminos de su vida. Detrás de una engañosa frialdad vive la mujer soñadora, la que ha recibido premios importantes, el reconocimiento de sus colegas; la profesora que entregó arte algunos años al colegio Manuela Garaicoa; la maestra que sigue enseñando a pintar a cientos de alumnos que han pasado por el ordenado y pulcro ático de su casa, formalmente denominado Academia Estrella.
Su acogedora casa de finales del siglo XIX, en donde han vivido tres generaciones de ‘estrellas’, tiene al parque de San Sebastián casi como su jardín, repleto de palomas que esperan la hora en que Eudoxia sale, aperada de una porción de maíz y las convida también a volar. Su casa, como en la ronda infantil, es muy particular; ahí funcionó la Galería Larrazábal, que albergó obras diversas de pintores y pintoras que recibieron el buen augurio de una maestra con mucho ojo. Dueña de un sentido del humor inteligente y conciso, para ella la convención y la solemnidad son herramientas que desecha; sus días están llenos de autenticidad. Su pintura, cargada de ternura y color: acuarela lavada que dibuja caras de niños friolentos, campesinas con su aura de valentía, flores que riegan su aroma en el declive del color y se fijan en la retina de quienes admiramos su trabajo.
Su mundo y sus sueños se concretaron, especialmente, en dos proyectos: la creación del Museo de Arte Contemporáneo (1980) y la Bienal de Cuenca (1985). Dos instancias que le han conferido a su ciudad un estatus especial, pues han sido el gran pretexto para descubrir, invitar, recibir y compartir con artistas del mundo. En el Museo de Arte Moderno está latente el sello de un empeño que no cesa, de un espacio que vive para acoger a artistas y ciudadanos del mundo.
Genoveva Mora Toral
Fotografía: Archivo personal