Esperanza Cruz

“Mi danza no es mi danza, estoy encaminada al ballet clásico, me gusta lo exacto, lo limpio y preciso”

Una mujer de convencimientos, de mucha disciplina. Recibió de su hermano Alfonso las primeras lecciones escolares así como los principios y valores que han regido su trayecto. “En mi primer intento por estudiar danza, pasé por el teatro, llegué cuando los cupos estuvieron llenos, pero apenas se terminó el año me cambié a lo que me gustaba, el ballet”. Sus dotes de bailarina le permitieron ocupar lugares principales en todas la instancias, de modo que decidió que el ballet era lo suyo. Sin embargo su hermano había puesto una condición, “si quieres ser bailarina, primero llegas con un título bajo el brazo”. Optó entonces por Filosofía y Letras, dejando en segundo plano otro se sus sueños, la medicina.

Su formación fue rigurosa, empezó con Inge Bruckman en la Escuela de Ballet de la Casa de la Cultura  y en la academia particular que ella dirigía. Kity Sakilarides fue la maestra que aportó en el aspecto técnico.

Esperanza formó parte del Ballet de Guayaquil por el lapso de siete años (1955-1962), según relata a Rodolfo Pérez Pimentel, “cuando Noralma Vera era la primera bailarina, Vilma  la brillante. Yo la clásica y Sheyla la de carácter”.  Un momento alto del ballet guayaquileño, “fue la época en que bailábamos ballets completos”. En el sesenta y dos se hace cargo de la dirección de la Escuela de Ballet, luego ocupará la sub-dirección por espacio de ocho años.

Algunas ocasiones como parte del elenco, y otras por gestión personal, viaja a Estados Unidos, Europa, Argentina  y México donde recibe clases de connotadas maestras como Martha Grahamn, , María Ruanova, Aída Mastrazzi y Hécto Luzó, entre otros; asiste  la escuela de Robert Joffrey en Nueva York. Cumple también, por eso años con la función de observadora invitadas a diferentes escuelas de ballet de Estados Unidos, para ella una experiencia única.

Esperanza, además de bailarina, es una gran maestra, sus primeras clases las dictó en la propia CCG, con un simbólico sueldo.  En mil novecientos setenta se retira como bailarina , “murió mi madre y dejé de bailar, es que a ella nunca le gustó que yo bailara”, en honor a su memoria se dedica de lleno a la enseñanza, función que la cumple hasta el momento.

A pesar de su condición de artista siempre ha sido muy pragmática, asumió la danza como un trabajo donde tenía que rendir y ser eficiente, “no diría que me maté por ser bailarina”. Si bien respeta a quienes hacen danza contemporánea, no comparte en absoluto la nueva propuesta, “antigüita como soy, creo que la danza contemporánea baila la gente que no tiene condiciones para bailar ballet, porque para mí el ballet es como la matemática, exacto, donde compruebo lo que enseño. Un movimiento  tiene que ser limpio,  alzar un brazo, no es bailar aunque haya sentimiento”.

Se considera una persona de derecha, “nada de izquierda”. Cree que en la vida todo tiene su momento, pero le cuesta asumir lo que ocurre en cierto segmento del espectáculo, no cree en aquello de que la “cultura nos va a salvar”, el arte es trabajo, “subirse la falta o ahondar el escote no nos va a salvar”, señala con firmeza.

Genoveva Mora Toral

Fotografía: Archivo Personal – Photo Chamce.
1960