“Nosotros somos como los granos de quinua, si estamos solos, el viento lleva lejos. Pero si estamos unidos en un costal, nada hace el viento. Bamboleará, pero no nos hará caer. Somos como la paja de páramo que se arranca y vuelve a crecer… y de paja de páramo sembraremos el mundo”.
Dicen que cuando hablaba lo iluminaba todo. Que su voz era como una tormenta, “como una vibración del Cosmos”. Que para hablar de las mujeres y los hombres, hablaba de la montaña, del sol, del páramo. Que no tenía miedo. Que cuando todos cayeron, ella se levantó. Que cuando todos se quedaron sin voz, ella habló.
Dolores Cacuango nació el 26 de octubre de 1881 en Cayambe, en la comunidad de Pesillo. Creció en el campo, rodeada del espíritu de la naturaleza y las enseñanzas de sus padres y abuelos. Su madre era rebelde y un gran referente para Dolores. Su padre más bien se resignaba. Desde muy pequeña, Dolores ayudaba a su madre a recoger agua y leña, o llevaba las ovejas a pastar. Tenía 18 años cuando los indios de la hacienda vecina se levantaron y quizá ese recuerdo le haya inspirado en silencio. Dolores observaba, con indignación, una realidad injusta que hasta ese momento nadie se había atrevido a cuestionar. Veía como sus padres trabajaban sin descanso en las haciendas y no recibían nada a cambio. Ella, como ninguna niña indígena de la época, no pudo ir a la escuela, así que no aprendió a leer ni a escribir. Pronto se dio cuenta de que no existían derechos (y los que existían quedaban solo en papel) para ella ni para su familia ni amigos. Entendió que para las mujeres, esta realidad era aún peor: aunque trabajaban lo mismo que sus maridos, no recibían sueldo, así, la mujer indígena estaba en una doble condición de vulnerabilidad: por ser indígena y por ser mujer; era considerada otro bien del hacendado. Desde que las indígenas tenían diez años, los patrones y sus hijos las violaban. Muchas tenían hijos no deseados ni reconocidos que debían criar solas, aún siendo adolescentes, e incluso, niñas.
Por eso, apenas cumplío 14 años, Dolores se vio obligada a abandonar sus tierras y a separarse de su familia. Se fue de viaje, en busca de algo mejor. Pero la ciudad no era lo que esperaba; de hecho, Dolores pasó de una prisión a otra, porque el único trabajo que encontró en la ciudad, donde se gestaban nuevas formas de colonialismo y esclavitud indígena que perduran hasta ahora, fue el de empleada doméstica. Para colmo, este trabajo era en la casa de un militar. Aunque en Quito aprendió a hablar castellano, también se dio cuenta de la diferencia de clases y la injusticia con los indígenas. Quizá haya sido ahí cuando tuvo la certeza de que tenía que hacer algo. Para lo último que había nacido era para ser esclava, y menos aún, de un militar. Con nuevas ideas y un plan que empezaba a gestarse en su interior, Dolores botó el trabajo y regresó a la Hacienda San Pablo Hurcu, caminando. Más tarde se casó con Rafael Catucauamba. Tuvieron nueve hijos. Pero sólo sobrevivieron dos. Uno de ellos se llamó Luis, y más tarde, fue educador, como su madre.
A finales de la década de los XX, con la influencia de la revolución rusa, militantes marxistas se infiltraron en las haciendas de Cayambe para formar políticas entre los y las indígenas. Les incitaron a protestar por sus derechos, les proporcionaron nuevas formas de lucha contra la opresión, como el sindicato agrícola y la huelga. Varias figuras y líderes surgieron de ahí, como Neptalí Ulcuango, quien relata su experiencia con el partido: “Nuestro taita partido comunista, porque fue el único partido que levantó al indio caído, y le colocó en el indio bien parado”.
Los indígenas empezaron a unirse, ahora había complicidad entre ellos; poco a poco se daban cuenta de que no estaban solos. Dolores trabajaba por el día, y por las noches, mientras los patrones dormían, ella se reunía en secreto con sus compañeros. Allí, en sin hacer ruido, despacito, Dolores habló de los derechos de los indios, ahí, decidió que nunca más serían oprimidos, que juntos eran más y que no volverían a dejarse pisar. En un mundo patriarcal, ella decidió que las mujeres indígenas ya no serían utilizadas. El 26 de julio de 1930 en lo que hoy se conoce como parroquia Juan Montalvo, en una reunión secreta, junto a Jesús Gualavisí y otros compañeros, Dolores Cacuango fundó, junto a Nela Martínez, la Federación Ecuatoriana de Indios y fue elegida presidenta.“Primero el pueblo. Primero los campesinos, los indios, los negros y mulatos. Todos son compañeros. Por todos hemos luchado”, decía.
En 1930 Dolores comandó una revuelta en la que los indígenas pidieron remuneraciones, mejores trato por parte de los terratenientes, salarios justos, pero como no hubo respuesta, organizaron una gran marcha de dos días a Quito. En el gobierno de Ayora quería expulsar a los indios de las haciendas. Para Dolores, en lugar de un golpe bajo, esto le dio más fuerza para seguir luchando.
“Nosotros, indios, necesitamos tierra, necesitamos casa y comida. Y necesitamos respeto. Respeto como indios.”, dijo Dolores en la conferencia de Trabajadores de América Latina, en 1942. “Somos pobres y explotados, sí, pero antes que pobres y explotados somos indios, indias. Tenemos idioma, tenemos historia, tenemos nación india. Tenemos que recuperar tierras y recuperar fuerza india. ¡Ñucanchik allpa!”
Los descalzos pies de Dolores caminaron por la tierra hasta llegar a la carretera, y luego, a la ciudad; caminaron decididos, enfrentaron, no pararon. Y a esos pies, se unieron otros. Hasta que fueron hordas. Todos caminaron juntos en una misma dirección. Por 85 veces, Dolores se desplazó a pie por más de 70 kilómetros, desde Olmedo hasta Quito, para exigir los derechos de los indios, para mirar a los ojos al poder, a los hombres, a los mestizos. Los pies de Dolores también llegaron hasta el mar. Porque no se conformó con reivindicar los derechos de los indígenas, ella luchaba por un mundo más justo. Bajó a la costa y ayudó a organizar a los montubios. Uno de sus sueños, era que existiera una institución nacional que reconociera legalmente a las clases desposeídas.
Sin saber leer ni escribir, Dolores fundó las primeras escuelas interculturales bilingües en 1945, junto a la profesora integrante del partido comunista de Mejía, Luisa Gómez de la Torre, en Santa Ana, Mollurco, La Chimba y Pesillo. Lo hizo sin ningún espacio físico ni autorización, solo con la convicción de que era fundamental crear escuelas interculturales bilingües que respeten las lenguas tradicionales y las costumbres de cada pueblo.
“A esa india no le dejen hablar a ningunus, esa india es pícara, esa india es una pilla”, decía que decían de ella. Decían, también, que la policía la persiguió. Que la llamaron Dolores la revoltosa, Dolores la loca, Dolores la Hereje, Dolores la Comunista, Dolores, la mujer perseguida. Dolores, pero, irónicamente fue ella quien a través de su lucha, hizo que la realidad de las indígenas sea menos dolorosa.
Aunque en la cultura indígena es común ver liderezas, pues la mujer y lo femenino siempre han tenido un lugar importante, empezando por La Pachamama, Dolores fue un caso excepcional. Fue ella la precursora de toda una generación de mujeres indígenas luchadoras. Tras ella vinieron muchas más: Tránsito Amaguaña, Angelita Andrango, Brígida Pilataxi, Helena Tamba.
Luchó para sacar del anonimato a todas las minorías, ya que ella misma, era parte de todas: era indígena, era mujer, era pobre y analfabeta. De ella, dice la historiadora Raquel Rodas Morales, quien más ha estudiado sobre su vida, que cuando hablaba, “su voz era como una vibración del cosmos. Nadie podría dejarla de escuchar”.
Dolores Cacuango murió el 23 de abril de 1971, con 91 años.
“Si muero, muero. Pero otros han de seguir, han de continuar”.
Ana Cristina Franco
Foto: Tomada de El País.
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