Beatriz Parra Durango

Cantó desde muy pequeña, disfrutaba de su papel aunque era muy tímida; de hecho, sus primeros espectadores los tuvo en casa y entre sus vecinos. Ya en el colegio, como era de esperarse, se destaca por su voz, de manera que pasa a ser solista del coro y eso le cuesta mucho esfuerzo, no de voz sino de aplomo, para ocupar el escenario. Sin embargo, como ya había empezado su formación en el Conservatorio Antonio Neumane, va adquiriendo cada vez más seguridad; y sin proponérselo, empieza a construir una carrera musical que la llevará muy lejos.

Graduada del colegio continúa sus estudios en el Conservatorio, obtiene una beca para estudiar canto en Moscú en el conservatorio Tchaikovski. A pesar de que llega a un país distinto al suyo en muchos aspectos, se entrega con pasión a aprender, primero el idioma y luego aquello que más ama: la música. Si bien Moscú es una ciudad de enorme importancia en ese arte, Beatriz llega con cierto bagaje, aquel que recibió de sus primeros maestros: de Lila Álvarez sus clases de piano, y de Jorge Raicky, el músico que llegó para dirigir la orquesta que no existía en Guayaquil y se dedicó a la pedagogía, “un gran maestro que propuso una serie de reformas en el conservatorio”.* Igualmente había contado con el aporte de Marina Foster, quien la preparó para participar en el concurso de la Casa de la Cultura Núcleo del Guayas. Antes de partir a Moscú  Beatriz había cantado ya una ópera completa.

La suerte completó la vida de esta artista porque tuvo como su maestra nada menos que a Nina Dorliac. Entonces terminó de convencerse de que la música es la dedicación absoluta, a la que ella se entregó sin reparos y dio siempre lo mejor. Confirmó que en medida del rigor está la satisfacción, que pararse en cualquier escenario del mundo y trasmitir al público el placer y la emoción de cantar, recibir su aprobación, es la respuesta que alimenta su arte. “Solo ahí el artista vive y hace sentir al otro”.*

En el lado humano, Rusia le regaló la comprensión del arte, la humildad para aceptar el talento, cuidarlo y buscar siempre la excelencia. Su larga estadía en ese país, que en los años sesenta vivía un gran momento, le permitió una mirada diferente del mundo, comprendió al pueblo que sufre por otro pueblo, aprendió a no ser indiferente. Corroboró aquello que ya había escuchado en casa.

De su recorrido artístico recuerda con entusiasmo la época en que formó parte del grupo dirigido por Andrei Volkonsky, quien recupera la música renacentista, como los madrigales de España e Italia. Además de obtener su primer gran reconocimiento internacional, de Soprano Laureada, Beatriz disfrutó enormemente porque con su maestro Raicky ya había conocido y cantado ese género. Cantaban en coro y en solos, “llenábamos salas con 5.000 espectadores porque era una música nueva en la Unión Soviética”.*

Terminados sus estudios regresa a Ecuador después de siete años, viene ilusionada, “primero para encontrarme con mi hija”, dice, pues nunca pudo regresar, le retiraron su pasaporte porque eran los años de la famosa ‘cortina de hierro’, así que en Europa viajaba con un pasaporte otorgado por la Cruz Roja Internacional. “Esa fue la parte angustiante porque era como estar en la luna”.* Por eso, al regresar quería compartir y desarrollar lo que sabía. Retoma el nexo con su colaborador de siempre, Carlos Domenech, quien tiene que agarrar el ritmo de la exigencia, trabajaban todos los días, “tenía pánico de tropicalizarme, como me dijo un músico”.* Luego de tres años viaja nuevamente a Moscú llevando un repertorio de compositores latinoamericanos. Se convierte en una suerte de embajadora de la música de Villalobos, Guevara, Sinisterra. Para entonces también se había especializado en música de compositores españoles y agregado a su hoja de vida algunos premios a nivel internacional.

En el 2002 crea la Fundación que lleva su nombre, lo hace por consejo de unos amigos, cuatro años después nace el Conservatorio María Callas, exclusivamente de canto, algo de piano y guitarra y todas las materias para la formación del cantante; historia de la música basada en la técnica del canto. Está totalmente entregada a este fin, “de cacho y barba”, dice, siempre ha dado clase y ama ese oficio. El año pasado pusieron Katiushka y en este quiere poner en escena Luisa Fernanda, tal como fue escrita y con el aporte de nieto de Moreno Torroa, su autor. “Quiero hacerlo respetando todos los detalles de la época”, para eso cuenta con alguien a quien respeta y lo considera como un estudioso de la ópera, Freddy Torres, un fanático de la ópera, un gran pianista también, con quien ha trabajado por algún tiempo. Le quedan sueños por cumplir, “hasta que tenga ochenta los tendré y este es un modo de cumplirlos, me gustaría hacer La Traviata para celebrar el bicentenario de Verdi”.*

Beatriz Parra siempre ha conquistado con su arte, Rusia la retuvo algún tiempo, la consideró dentro de los Gosconcert, conciertos del Estado, la instancia que distribuía los artistas soviéticos al mundo. Igual ocurre cuando llega a Colombia a dar un concierto a finales de la década del sesenta y establece una estrecha relación con la producción operística de ese país, donde cantará por alrededor de veinte años.

Ella es un personaje querido y reconocido en el país. Por dos ocasiones estuvo a cargo de lo que entonces se denominada Subsecretaría del Cultura. Se considera una orgullosa y feliz madre, cree que la familia es lo más importante. Está encantada de compartir escenario con su hija, Beatriz Gil, también graduada en el mismo conservatorio ruso.  En el 2012 viajan como invitadas para cantar juntas en la celebración del centenario de famoso Conservatorio Tchaikovsky.

*Entrevista: Genoveva Mora Toral

Fotografía: Archivo personal