Alba Calderón

“¡Vamos!, cumple tu deber de revolucionario, en tus manos está el futuro, no desperdicies la oportunidad de servir a una causa justa.”

(Esmeraldas, 27 de julio de 1908 – Guayaquil, 1992)

Alba pintaba mujeres y hombres- quizá más mujeres que hombres. Tal vez, más que rostros, pintaba manos, cuerpos, sombreros. Retrataba el pueblo y el campo. Mujeres trabajando, sus manos obreras, paisajes rurales, gente sencilla, mulatos y campesinas. Aunque hoy pocos reconocen su nombre, ella fue parte indispensable de la generación de artistas y activistas que formaron parte del llamado Realismo Social en Ecuador. 

Y Alba también organizaba revueltas. Huía de la policía, daba conocer, a los más necesitados, sobre sus derechos. Peleaba por los presos políticos, entre esos, su esposo Enrique Gil Gilbert. Pero también hacía la revolución con las manos. Aparte de su activa militancia en la calle, tenía un taller en el centro de Guayaquil al que llamaba su “cuchitril”; era un local pequeñito donde, además de pintar, realizaba artesanías, bordaba pañuelos, faldas y blusas. 

Alba Calderón nació el 27 de julio de 1908, en la Hacienda «Vuelta Larga» sobre el río Teaone, en Esmeraldas. Su infancia estuvo marcada por algunos eventos trágicos, como la temprana muerte de su padre, quien no sobrevivió a un disparo en su pierna en el combate de Las Piedras de 1914, o la pérdida de varios familiares, e incluso su hermano mayor, Enrique, por enfermedades que en ese tiempo no tenían cura, como la viruela. Alba creció en un ambiente donde la guerra y la enfermedad estaban siempre presentes.

Por ahí, por 1920, Alba ya se empezaba a dibujar y a recitar. Por ser reconocida como “excelente alumna”, recibió una beca de la Municipalidad de Esmeraldas que le permitio estudiar en el colegio mixto Normal Juan Montalvo de Quito; tiempo después, se cambió al Manuela Cañizares, que recién se había fundado y era solo para mujeres, pero tampoco se quedó allí. Alba decidió entrar  a la escuela de Bellas Artes, donde estudió tres años y fue compañera de figuras del arte ecuatoriano como Piedad Paredes, Leonardo Tejada y  Germania Paz y Miño.

Según la investigadora Eulalia Vera, quien dedicó gran parte de su tesis a Alba Calderón,  la  presencia de mujeres  en  el  medio  artístico de  los  años 30 solo fue  posible  en el  contexto del proyecto liberal de Estado-nación, que desde principios del Siglo XX instauró la educación laica que incluía a las mujeres. Ese fue, según Vera, lo que hizo posible que artistas como Alba o Germania Paz y Miño y Piedad Paredes hayan podido, en palabras de ella “integrarse a la vida pública y productiva, en pro del mejoramiento de sus condiciones de vida”.

A principios de los 30s, Alba,  sin aún haberse graduado de Bellas Artes, decidió irse a  vivir a Guayaquil con a su tía Escilda Zatizabalde Soto. Allá empezó a dar clases de dibujo y pintura, y pronto se convirtió en una maestra bastante cotizada, pero, sobre todo, empezó a nutrirse y formarse como artista.

En 1933 conoció al escritor Enrique Gil Gilbert, por medio de Demetrio Aguilera Malta, y se enamoró. Se casaron en Pascuales en 1934, su tía fue su madrina de bodas, y Joaquín Gallegos Lara, su padrino. Un año después, nació su hijo Enrique Gil Calderón. 

Con Enrique, fueron una pareja de intelectuales que compartía ideales. Los dos eran comunistas y luchaban por los derechos de los desposeídos. Ninguno toleraba las injusticias sociales y ambos militaron en el Partido Comunista. En palabras de ella: “Actuábamos en nuestra política del Partido y los fines de semana salíamos al campo, en labores políticas a todo el Litoral o a pasear en la isla Santay, Posorja o Data.”  

En sus cuadros, Alba retrata a los que no habían sido retratados, al cholo y la chola y la montubia y la india de la sierra. Ella siempre decía que su mejor modelo era el pueblo. Ella sabía que para pintar, hay que, principalmente, observar; fijarse en los detalles que otros ignoran. Y aquí el gran ignorado había sido el pueblo mismo.

Su pintura es un canto a las labores cotidianas, muchas veces domésticas, ya sea en el campo o la ciudad; cualquier acontecimiento cotidiano es digno de celebración en su obra, como el tejer o el lavar la ropa. Su mirada concibe al acontecimiento diario, a las labores obreras, como épicas, reivindicándolas en sus valores casi siempre invisibles. Así, los obreros, las mujeres, se vuelven nuevos héroes, heroínas, de las pequeñas batallas diarias.  

En la dictadura militar de 1963, Alba fue apresada y desterrada a Chile. Su casa fue saqueada, y luego, el Banco de Descuento la remató mediante un juicio hipotecario.

Sus obras de arte, sus documentos, sus libros y los  escritos inéditos de su esposo fueron quemados. Ahí se perdieron para siempre muchos de sus cuadros y varios cuentos de su marido, como Las casas que guardan los secretoso la novela Historia de una inmensa piel de cocodrilo. Paradójicamente, mucho del trabajo de ellos, que tanto habían luchado por recuperar y visivilizar la memoria, se había convertido en cenizas. 

Tristemente, la obra que quedaba de Alba, la que no fue quemada, fue extraviada. Esto hizo que a la mitad de su vida, ella abandone la pintura. Cuenta Alba que solía viajar mucho con su esposo. Iban a reuniones con artistas y poetas de todas partes  del mundo. “Francamente a mi me cansaba esa vida que solo es linda momentáneamente”, decía ella . Una temporada en la que pasaron seis meses en Nueva York, en el  Greenwich Villaje, un colega suyo, Max Jiménez, le consiguió una exposición en el Comodoro Hotel. Alba expuso unos treinta cuadros que había pintado durante ese año, algunos de gran formato. La exhibición fue exitosa, pero cuando tuvieron que volver al Ecuador, Alba encargó su obra a un colega suyo, Leónidas Avilés Robinson, en quien, en sus propias palabras, “confiaba como en un hermano”.  Pero lo que pasó fue insólito.  Robinson dio por perdida toda la obra de Alba. “Por más que tratamos de recuperar la obra por intermedio del Cónsul de Nueva york, Alfredo Rojas. La pérdida de los cuadros y la falla del amigo me decepcionaron del oficio de artista, a pesar de que nunca había pintado para vivir de ello aunque lo comprendo en los demás. Casi todos mis cuadros los he regalado. Vendí cuatro o cinco a museos, dos en Estados Unidos, uno en Perú y uno en Chile. Resolví desde la defraudación señalada, dedicarme por entero a la militancia política y social”, dice un valioso testimonio de Alba rescatado por Rodolfo Pérez Pimentel.

La obra de una de las más brillantes artistas ecuatorianas, quedó marcada por la desmemoria y la negligencia. Aunque Alba dejó la pintura, “cualquier cosa que tocaran sus manos tenia calidad estética”, continúa Pimentel. Hacía cosas simples y bellas. Por ejemplo, hubo un año que hizo un dibujo cada mes, a manera de ilustración;  confeccionaba muñecas, pintaba platos decorativos de cerámica con motivos precolombinos, hacía algunas labores de diseño junto a Julieth Gutiérrez. “Hasta los apliques para los uniformes de los coreutas universitarios del conjunto que su buen gusto. Las decoraciones efímeras para eventos de su dirección, fueron verdaderas instalaciones plásticas” dice Rodolfo Pérez Pimentel. 

Junto a Germania Paz y Miño y Piedad Paredes, Alba Calderón fue parte indispensable del Realismo Social pictórico en Ecuador, un movimiento artístico, que como toda vanguardia, era muy masculino. Paradójicamente, los que querían dar voz a los sin voz, se olvidaron de las otras voces, esas que también contaban historias maravillosas que han permanecido en silencio. El hecho de que la obra de Alba haya sido injustamente quemada y extraviada parecería una metáfora de la desmemoria de la que han sido presa las mujeres en la historia ecuatoriana.

Alba murió en Guayaquil en 1992.  Sus obras se han expuesto en Quito, Lima, Bogotá, Caracas, Santiago, Nueva York y París. Recibió varios premios y homenajes dentro y fuera del país por su trabajo como artística y activista, entre esos, de la Federación Democrática Internacional de Mujeres, del congreso Nacional, de la liga Alfabetizadora del Ecuador, de la casa de la cultura, de la Universidad de Guayaquil, de la agrupación Cultural Las peñas y de la Sociedad Femenina de Cultura. En las palabras de Leopoldo Benítez Vinuesa: «…Ha sido llevada a la vocacion artistica por una doble inclinacion la necesidad de expresion que le es inherente al artista y la necesidad de lucha que es inherente al reformador social. De allí que su arte, siendo un arte de impulso creador autónomo, sea al mismo tiempo un pregón de combate y un grito de protesta». Sin embargo, en Ecuador, cuando se habla de Realismo Social, aún es difícil precisar su nombre.    

Ana Cristina Franco

Fotografía tomada de: http://lasdecimasdeppregato.blogspot.com/2017_07_13_archive.html