Yolanda Acosta

Yolanda Acosta: habitante de los siglos

Con 85 años, Yolanda se considera la teatrera más vieja del Ecuador. Desde que tiene memoria (y tiene muy buena memoria) supo que le gustaba el teatro. En ese tiempo (años 30), se preparaban veladas en las escuelas y, como parte del programa, había pequeñas obras de teatro. Ella participaba siempre. También le gustaba mucho recitar. Desde “chiquitica”, su papá, con mucha paciencia le enseñaba poemas. A los 4 años sabía poemas larguísimos como “Reír llorando”, que recitaba sobre una silla en las reuniones familiares.

Su vida ha sido llena de aventuras y retos. Su padre, militar, era de Tulcán. Cuando vivían en Ibarra, decidió mandarla para conocer a su abuela. Viajó con unas parientes que regresaban hasta San Gabriel y siguió sola el viaje a Tulcán. Tenía siete años. “Ella tiene que aprender a caminar con sus pies”, había dicho su padre. Yolanda siguió esa enseñanza al pie de la letra, tomando coraje en cada acción de su vida, desafiando al destino y al futuro. Antes de cumplir 8 años, fue sola a matricularse en la escuela. Llegó vestida a lo Shirley Temple, con sus notas y su partida de nacimiento. Temblando frente a niñas que la veían como a bicho raro, cruzó el patio, buscó la dirección. La directora la invitó a pasar, “vengo a matricularme”, dijo. Cuando salió, sintió que había crecido y que era dueña de su vida y de sus actos. Sintió que si había hecho eso, era capaz de hacer todo en la vida. “Por eso no he tenido nunca miedo a nada, ni a la pobreza ni al desempleo ni al fracaso”.

Digna hija de su tiempo, se casó a los 18. Tuvo 4 hijos, pero no estaba dispuesta a seguir las leyes domésticas de entonces, y se separó a los 26. En ese tiempo era un estigma ser divorciada. Pero a ella la empujaba fuertemente el deseo de ser actriz.

Los recuerdos le arrancan profundos suspiros. Una larga vida, mucho que contar.   Mientras buscaba un espacio en el teatro, decidió estudiar francés. La Alianza Francesa contaba con un grupo que ensayaba en sus instalaciones. Allí pasó a formar parte del grupo. “Arsénico y encaje antiguo”, era la obra. El director francés le dio el papel. A la vez, gracias a su tozudez, a su ser atrevido y resuelto, consiguió trabajo como cabinera en una línea aérea (en una época en que no había radares y los pilotos se guiaban por sus ojos). 

La obra se estrenó en el teatro Sucre. El director se encargaba de buscar la escenografía. Los actores y actrices se encargaban del vestuario. El personaje, una vieja, bañada en spray blanco para simular las canas, debía madrugar para volar a Guayaquil, Cuenca, Manta. Era un grupo de “locos por el teatro”. Nadie les pagaba un centavo pero todo lo hacían por amor a las tablas. 

En esos tiempos se fue a vivir en Colombia, casada con un español. Quiso formar parte del Teatro Experimental de Cali, TEC, que dirigía Enrique Buenaventura, pero el marido le dijo “el teatro o yo”. Y ella lo amaba demasiado, así que dejó nuevamente su pasión y se fue a administrar un hotel en la costa del Pacífico. Hasta que murió el marido. Pasó el tiempo y el teatro seguía llamándola. Tanto que el mismo Enrique Buenaventura llegó a su hotel y nació una buena amistad. Finalmente, se fue a Bogotá, casada nuevamente, con un médico, y entró a  la Escuela Departamental de Teatro. Luego se separó y regresó a Quito, a comenzar de cero, con un taller de costura. 

En 1973, Pedro Saad la invitó a trabajar en su grupo. Montaron la obra “La loca Estrella”, sobre la vida de Manuela Sáenz y, con ella, recorrieron casi todo el país. Pero ella quería entrar al TEC a como diera lugar. Planeó su regreso a Colombia y se lanzó nuevamente a la aventura. Solicitó entrar al TEC. El directorio la aceptó y se dedicó de lleno al teatro. Eran jóvenes arriesgados, enamorados del teatro, gente que entregaba su alma -ella con más de 40-. El TEC trabajaba con una metodología diferente, ganaba todos los premios. Yolanda se integró cuando montaban una obra de creación colectiva sobre un tema histórico: La denuncia. Participó también en A la diestra de Dios padre. Eran personas comprometidas con todas las actividades del grupo, desde buscar la comida hasta vender funciones y actuar. Enamoramientos, parejas, problemas humanos no afectaban al grupo para nada. El trabajo era sagrado, un compromiso de vida. Después de cada función se abría el foro y eso era un alimento increíble desde el público. El foro era dirigido por Enrique, “una persona fuera de serie, era de una dulzura, de una mansedumbre, muy consecuente, leal, íntegro. Era auténtico, transparente”. 

El grupo vivió episodios inusitados, como llegar a México a un festival y no tener dónde quedarse ni pasajes de regreso. Los anfitriones les consiguieron un bus para regresar atravesando toda Centroamérica. En el camino fueron dando funciones hasta llegar a Colombia. 

Después de 5 años tuvo que regresar al Ecuador. Estaba enferma. Una vértebra supernumeraria y dos costillas demás. Sufrió operaciones y detenimientos en su vida. Más adelante fue profesora en la escuela de Teatro de la Universidad Central. 

Mientras narra su vida y sus relaciones, recuerda que actuó hasta los 75 años y desmenuza las obras en que ha participado, como el Tartufo de Moliere, con el grupo de Antonio Ordóñez. El personaje fue Dorina, la antagonista de Tartufo. 

Para ella vivir el personaje es como vivir otra vida, “a veces es tan triste, aburrida, la vida real que uno se mete en el personaje, sabe lo que este siente, lo que quiere, lo que ama, lo que odia. Eso es lo lindo del teatro, que uno vive muchas vidas. No solo es el momento que estás en el escenario, es todo el proceso”. Cuando interpretó Ismenia, la hermana de Antígona, sufrió mucho. “esas tragedias griegas son terribles”. Una vez interpretó un papel en Pluto, el dios del oro. Ella era el personaje que trataba de seducirlo, en medio de un debate entre pobreza y riqueza. Una comedia “cheverísima”, adaptación que hizo Enrique Buenaventura de la obra de Aristófanes.  

Entre las últimas obras en que actuó, ella era una anciana, una pitonisa con larga peluca blanca. “Un personaje impresionante”. Esto fue en los años 1990. Después se jubiló y se fue a vivir a Muisne, donde formó un grupo de teatro con los muchachos del colegio. Aún espera un papel en alguna obra. Espera. 

Jennie Carrasco