Yelena Marich Alvear

La danza me ha empoderado para sentirme feliz. Para eso vinimos a esta vida, para ser felices. El mérito es perseverar y la meta es ser feliz.

Al otro lado del teléfono, Yelena espera. Paciente y dispuesta a hablar de su intimidad, se asegura de que, en Ecuador, tengamos las mejores condiciones para poder hablar con ella. Agradecida por este reconocimiento nos relata sus inicios como bailarina. Inspirada por las imágenes de bailarinas en la televisión, que su abuela veía cuando ella era muy pequeña, Yelena supo que ella quería volar como aquellas mujeres. Las expresiones de esos cuerpos la atraparon de tal forma, que insistió con tesón para que la inscriban en una academia de danza. El camino de Yelena en la danza empezó a los siete años, cuando en Guayaquil solo había una o dos academias dedicadas a la formación dancística. Ingresó a la Escuela de Danza de la Casa de la Cultura Ecuatoriana núcleo Guayas, sin saber que en el futuro enseñaría y dirigiría durante varios años esta institución, dándole un giro metodológico y una estructura moderna a este espacio.

Yelena define su identidad artística desde el espacio de la danza clásica y de la danza contemporánea, como bailarina-intérprete. Recuerda que su infancia había muchas carencias de sustento y de afecto, lo que la hizo compenetrarse con la danza de manera profunda, pues su melancolía podía transformarse en algo bello, dándole la fortaleza emocional para convertirse en una de las mejores bailarinas de ballet clásico de la época. Una de las personas más influyentes en su formación artística fue Douglas López, bailarín con mucha experiencia y formación en Europa, quien posteriormente se convertiría en su compañero de vida, padre de sus hijos, y co-fundador de la Compañía de Ballet Teatro Sudamericano, en la que bailó durante varios años. Otros maestros importantes fueron: Fernando Alonso, María de los Ángeles Reyes, y el australiano Philip Beamish, con quien creó en Guayaquil, la compañía Ballet Concierto, también junto a Douglas López.

La muerte Douglas marcó en Yelena un cambio no solo a nivel emocional, sino a nivel profesional, ya que su camino dentro del ballet clásico lo había transitado junto a él, camino que en cierto modo, estaba incompleto, pues Yelena sentía que habían territorios expresivos que le faltaban abordar. Viajó a México, lugar que le abrió la mente. Entre Culiacán, Monterrey y ciudad de México, se formó con varios maestros y se introdujo en la creación e investigación del movimiento propio desde la danza contemporánea. “Hay que investigar mucho para hacer la creación escénica”. El fallecimiento de Douglas la obliga a regresar a Guayaquil en donde tuvo que comenzar de cero, situación que cambió radicalmente su vida, pero que no la alejó de las tablas. Sin miedo a desaprender, exploró el movimiento de bailarines de danza contemporánea en Quito, con maestros como Wilson Pico y Klever Viera. Posteriormente,  tuvo la suerte de poder viajar a Estados Unidos, México y Europa, en donde reforzó sus conocimientos.

Empieza a dar clases de ballet en 1982 y desde ese entonces se ha dedicado a la enseñanza. Ha sido maestra alrededor de 36 años. “Como maestra de danza clásica he formado alrededor de 25 generaciones de alumnos, desde los 7 años de edad, hasta su adultez, es decir que comenzaron desde niños hasta cumplir los 18 años, cuando culminaban sus diez años de estudio bajo mi tutela”. Además, se ha consolidado como coreógrafa, realizado creaciones en danza contemporánea personales, y también reposiciones de ballet clásico para alumnos de la Escuela de danza de la Casa de la Cultura. Durante 21 años fue la directora de este espacio, en el cual se dedicó no solo a la formación, sino a la producción de espectáculos.

Con una voz convencida nos dice que una buena formación artística parte del conocimiento de nuestras raíces, “hay que saber de dónde venimos para saber hacia dónde ir, muchos estudiantes vienen buscando la danza clásica, pero nosotros complementamos su formación, por esta razón, a la par se les enseña danza folklórica y contemporánea”. Según Yelena, la danza no se debe tomar como un pasatiempo porque requiere de entrega y personalidad. Además, no se trata solo de tener una buena técnica, sino de contar con una formación humanista y amplia, “el bailarín no se forma solo en el salón de clase, sino en la vida, ella es la que te da un discurso poético en tus creaciones”.

Actualmente impulsa el Festival Internacional de Danza, CIAD, con la intención de reavivar el amor y la pasión por la danza, de crear nuevos públicos para los repertorios dancísticos, y de apoyar la formación de bailarines y bailarinas jóvenes en el extranjero, a través de becas  representando al Ecuador ha pisado varios escenarios de Estados Unidos, México y algunos países de Europa y en base a su arduo trabajo ha forjado su renombre, aunque a ella no le gusten los reconocimientos y cuestione esas formalidades que deben concretizarse de otras maneras más reales, como por ejemplo, con el apoyo institucional para la formación continua de bailarines profesionales.

Como artista mujer Yelena expresa que ha tenido conflictos, los tropiezos se han dado por la excesiva competitividad a la que varios de sus compañeros colegas la han querido someter, “pero yo he tratado de mirar a los lados y he continuado trabajando más allá de esas dinámicas. Soy generosa con mi trabajo, con otras personas, y he aprendido a serlo conmigo misma”. Yelena concluye que si no hubiese sido por la danza, ella hubiese sido una mujer dedicada a sus hijos, desprovista de cualquier aspiración personal, pero “mi educación y formación artística me han dado elementos para comunicar desde el interior, lo que me duele afecta y apasiona a través del movimiento de mi cuerpo”.

María Fernanda Auz
Septiembre de 2018

Fotografía: Gonzalo Guaña
Obra: Atomizos
Lugar: Guayaquil – Ecuador