Talía Falconí

La vida nómada de Talía Falconí

Talía Falconí ha vivido una vida nómada. Se formó y trabajó en danza, circo y teatro en París, Nueva York, Venezuela y México, aunque empezó en Ecuador a los trece años con la maestra cubano-chileno-ecuatoriana Isabel Bustos. Pasó por escuelas emblemáticas, como la Escuela de danza de Martha Graham, la Escuela de Teatro de Movimiento de Jacques Lecoq y la Escuela Nacional de Circo Annie Fratellini. Luego, en Venezuela, fundó, junto a Francisco Denis, una agrupación, Río Teatro Caribe, en un pequeño pueblo colonial frente al mar, al oriente del país y frente a Trinidad y Tobago, que luego se trasladó a Caracas. Posteriormente se mudó a México, adonde llegó gracias a la obtención de una beca de creación de cuatro meses que le permitió crear la obraPuro ayayay!, inspirada en el mundo literario de Juan Rulfo, y donde terminó quedándose ocho años. En México conoció a Federico Valdez, un músico y performerargentino con quien ha trabajado los últimos diez años y con quien desarrolló nuevos modos de interacción escénica y de composición. Ahora vive en Guayaquil; ahí trabaja como docente en la Universidad de las Artes, en la muy reciente carrera de danza, una actividad muy demandante que la ha ayudado a desarrollar su faceta pedagógica y sus destrezas en la estructuración de materiales y contenidos.

Y así como ha sido su vida, también se ha desarrollado su carrera. Siendo bailarina profesional, ha incursionado en el teatro, el circo, la performance. Nunca está del todo satisfecha con el lugar en el que se encuentra –tanto geográfico como estético–, por eso su trabajo está marcado por la experimentación, la búsqueda, la indagación con formas y objetos, con metáforas, imágenes y movimientos. Para Talía, aunque sus trabajos sean tan distintos entre sí, es decisivo privilegiar el carácter poético del cuerpo que danza y de todo lo que produce sobre el escenario hacia fuera; por eso trabaja con objetos, como las máscaras, que le permiten amplificar los sentidos posibles de sus obras. 

Del mismo modo, piensa los elementos en escena de acuerdo con su capacidad de evocar mundos heterogéneos, significados diversos, imágenes alternas. Talía no trabaja con lo literal sino con lo figurado, lo que puede aparecer desprendido de su mera materialidad. Quizá por eso idea mecanismos complejos que le permitan hacer aparecer a los cuerpos y los objetos desarticulados con respecto a sus usos comunes: cuerpos que caminan en el aire, que flotan, que se elevan, objetos duplicados –la máscara y el rostro hablando entre sí y buscando los medios de una derogación del sentido y de la identidad–, sonido no identificables, ásperos o tajantes.

Una de sus obras, Sueño pelele, de 2007, fue galardonada con el Premio Nacional de Danza de Venezuela. En ella, Talía experimentó con un mecanismo de poleas que hacía que su cuerpo se suspendiera en el aire al tiempo que pesados sacos que formaban parte de la escenografía subiera y bajaran, como en una coreografía en la que el cuerpo y las cosas interactuaban de modos ambiguos, inquietantes por momentos, llevando la mirada a distintos rincones del escenario y permitiendo una dispersión de la atención que suspende la búsqueda de sentidos o significados para dar lugar a una apertura sensorial, casi lisérgica, del movimiento mostrándose a sí mismo, confluyendo en sí mismo. 

El origen de cada una de sus obras es distinto: surge a veces de una idea, de un texto, del mismo cuerpo en movimiento, de un objeto. Últimamente, la teatralidad, cualquier indicio narrativo, surge del trabajo centrado en el cuerpo, hay un énfasis en los elementos compositivos coreográficos como desencadenantes del desarrollo de la obra y la instalación de un mundo poético particular. A Talía le interesa un diseño de personaje anacrónico, desarticulado, que explore posibilidades físicas disruptivas, fuera de lo esperable. Esta ha sido la estela que ha marcado los últimos años en su carrera, como desarrollo de los primeros años de creación, en Venezuela, donde sus trabajos estaban más marcados por una fuerte impronta teatral.

A pesar de haber pasado la mayor parte de su vida fuera del Ecuador, Talía nunca perdió contacto con el medio ecuatoriano. Por eso, y porque su vida ha estado marcada por el nomadismo, su regreso al país no se siente demasiado extraño, aunque no se siente, tampoco, definitivo. Lo cierto es que a Talía se la siente inquieta, y por momentos se hace evidente que le cuesta explicar con palabras lo que hace: su mundo –el que, según sus propias palabras, podría definir lo que ha sido vida– pasa por otro lado, por un lugar que nace y muere con cada movimiento, con cada espasmo, con cada levitación. Es difícil hablar o escribir sobre la danza porque, precisamente, ese tipo de expresión se extrae de la sintaxis estereotipada de cualquier lengua. Se pone en contacto con algo que solo ocurre en el cuerpo, y en el cuerpo queda. Hay ahí un hiato, un corte, un intervalo: el espacio de indecibilidad que solo quienes danzan pueden experimentar plenamente. Al resto, que los vemos, nos queda imaginar lo que serán esos instantes, siempre efímeros, de puro contacto con lo propio, ese espectáculo de intimidad que aparece en el mundo por unos momentos antes de volver a desaparecer en el silencio.

Daniela Alcívar

Fotografía: Lord Comepiña
Obra: Frágil
Teatro de la Danza ¨Guillermina Bravo» – Ciudad de México
2018
Dirección coreográfica: Talía Falconi