Silvia Brito

Silvia Brito: la esencia de la artista

A veces el teatro es difícil, porque hay que sobrevivir. Pero hay que ser fiel a uno mismo, no boicotearse. Es irse planteando lo que va a venir en adelante, buscar el camino. Ir encontrando formas de negociar con uno mismo y con la vida. Silvia siempre ha sido fiel a su ser de artista. “Tengo las sensación de que yo sí quisiera terminar mi vida haciendo esto”, dice, sabedora de que hay que estar atenta a los cambios, “a veces somos frágiles y podemos irnos por otro camino, pero creo que nunca es tarde para volver”.

Porque la experiencia en el teatro, en el caso de Silvia, ha sido profusa en intensa. La magia del teatro de luz negra, encerrarse horas enteras a preparar la obra. El trabajo en comunidades a más de 3 mil metros de altura, los indígenas de sitios alejados, disfrutaban, tenían reacciones de susto, diferentes a las de las salas de teatro en la ciudad; el colorido de la  vestimenta. En carro, a pie, horas viajando para llevar la magia del teatro a los lugares más recónditos. Funciones diferentes cada día. Coliseos de provincia repletos de gente cuya energía había que mantener en su punto. Malabares y acrobacia. Públicos y públicos, en la Politécnica de Riobamba, su ciudad natal, pocos asistentes. Mientras todo esto sucedía, Silvia se graduaba en Sistemas.  Pero no era ese su fin. Lo que la mantuvo ligada a la Politécnica fue el grupo de teatro con Marco Murillo. Cuando hubo la explosión en el fuerte militar de Riobamba, daban hasta cuatro funciones diarias en barrios, escuelas, la misión era tranquilizar a la gente. Con la caravana de Alberto Caleris, trabajó algunos años.

Cuando vino a Quito, en el  año 2005, quería hacer de todo, cursos de teatro, mimo, títeres. “Saber que aquí había tanto, fue placentero. Cuando escoges algo en la vida ni siquiera te cuesta, fluye nomás”. Y el clown es lo que la enamoró. Se divertía mucho. Era el placer más grande. Conectarse con el bufón le costó porque esa es una energía subterránea, le costó romper cosas dentro para descubrir ese nuevo juego. 

Se juntó al grupo de teatro del Cronopio y se fueron a viajar por Sudamérica, sintiendo cómo la gente recibía su arte en los diferentes lugares que visitaron. 

También ha habido tiempos de duda, de andar perdida, buscando el camino. Pero esas dudas son para reafirmar cosas. Y allí se presentan las oportunidades. Estaba en una época de no saber de dónde venía ni a dónde iba. Sin mucha confianza, fue al Patio de Comedias, donde estaban haciendo un casting. Llegó y, sin saber qué hacer, buscó ansiosamente dentro, cómo representar a un ser que acababa de suicidarse y estaba llegando al “Oh Limbo”. El centro motor, técnicas diferentes, sensaciones extrañas. Y allí estaba el personaje, diciendo todo lo que tenía que decir. Luego trabajó en “La vida vale V”, con más confianza, como pez en el agua.

Esa confianza le permitió abrirse un espacio para dar clases. Al principio fue un fracaso, sabía lo que le habían enseñado pero no tenía un método para enseñar. Luego fue investigando, aprendiendo pedagogía. Como maestra ha reafirmado lo que conoce. 

Empezó a dar clases para adultos que no tienen formación teatral, en teatro gestual, teatro cómico. Personas que ya tienen una profesión definida y que el teatro ha sido una materia pendiente. Hicieron una obra, la están moviendo todavía, no han dejado sus trabajos pero están en el teatro. No importa la edad, desde los 16 años hasta 65. Cada uno va conociendo su cuerpo y su forma de trabajar. “En el teatro no cuenta la edad, cuenta que tengas experiencia, lo vivido”. Y Silvia no pone límite a la edad, “sería mi límite, no el de las personas”. 

Para ella el teatro es la forma de vivir que encontró, de estar aquí, y de plantearse retos. Ahora mismo está estudiando guitarra clásica. “En la vida uno tiene que ser radical con las cosas que quiere. Y me cuesta bastante, son tres años sacar un bachillerato técnico. El límite se lo pone uno mismo, si dices no puedo… eso no es verdad, son muchos caminos por explorar. Después de eso… me gustaría escribir porque es algo que me cuesta. Si me pierdo es eso lo que necesito trabajar”.

Otro reto es al menos cada año o dos salir a otro lugar y hacer talleres, encuentros con gente en otros lugares como el reconocido centro cultural Yuyachkani, en Perú. En Brasil tomó clases de danza butoh, con Tadashi Endo, ese baile interior que uno busca. Un mes interesante, con entrenamiento fuerte y compartiendo con  gente de todo lado, ha sido enriquecedor. En Italia estudió comedia del arte en la escuela de Antonio Fava, haciendo trabajo de máscaras,  teatro cómico. El encuentro con el otro mundo, Europa, Norteamérica, alimenta la cultura y desmitifica: somos todos iguales. 

Pero a la vez todo el tiempo estamos transformándonos. Todo se va volviendo máscaras y nos trasformamos en miles de personajes a lo largo de la vida. El efecto de la máscara: uno la construye, tiene vida, la nariz, las cejas, tienen un sentido, al ponérsela todo se transforma mágicamente. Es una nota ritual que está en el ser humano, esa parte mágica que nos dan las artes. Lo que Silvia hace como artista es estar un poquito más acá para seguir produciendo magia, porque la magia no se va a terminar. Ella intenta que sea así todo el tiempo, su vida y el teatro uno solo. “En el teatro uno puede controlar las sensaciones, los sentimientos, crear atmósferas, pero me pregunto qué pasa con la vida personal de uno, que a veces se escapa de  las manos. Al final, hay que tener la posibilidad de salir del personaje”.

El de la vida real. Porque el clown que es parte de ella, visto con una lupa,  tiene muchas cosas que decir. “Inclusive con la misma comicidad puedo decir cosas, puedo hacer frente a algo, porque si se vuelve solo técnico, vacío, eso no es ser artista”. El artista tiene su otra parte, esa que no se aprende en la escuela, la que está en la esencia.  

Jennie Carrasco

Fotografía: Freddy Coello
Obra: El Evangelio según Clarín
Año: 2014