El mundo de Sara Constante
Sara Constante es hospitalaria y tímida, a pesar de haber pasado gran parte de su vida en los escenarios como bailarina. Formó parte de varios grupos de danza contemporánea, como Cenda, Danza Experimental Contemporánea, Frente de Danza Independiente, Compañía Nacional de Danza, entre otros. Trabajaó bajo la dirección de importantes maestros, como Wilson Pico, Carlos Cornejo, Kléver Viera, Isabel Bustos, Laura Solórzano, Gabriela Ionitta, entre otros.La obra más grande en la que participó por intérprete y vestuarista fue Cantata urbana, dirigida por Wilson Pico y Abdullah Arellano, en 1992. Ahora vive una vida tranquila en su casa-taller y dedica gran parte de su tiempo y energía a su familia, madre, hija, nietas. Empezó a hacer ballet a los doce años y a los dieciocho se pasó a la danza contemporánea. Durante cuatro años vivió en Cuenca, donde tuvo su propia escuela de danza. Al regresar a Quito, con su bebé en brazos, se le hizo difícil reinsertarse pero pronto creó junto a Geovanny Vásconez y Oswaldo Silva, el grupo El Melón Profano, dedicado a la articulación entre la danza y el teatro.
Para Sara era imprescindible esta articulación en la medida en que buscaba un movimiento orgánico, relacionado con los postulados del teatro antropológico de Eugenio Barba, en el que cada movimiento tiene un sentido propio y es un signo que dice algo, que no está vacío, que no es antojadizo. Solo a partir del movimiento, entonces, surge un hilo narrativo y también empieza a enunciarse la palabra. En este tipo de teatro no existen largos parlamentos y textos sobrecargados, sino que se procura una sutileza que hace surgir la historia de los movimientos del cuerpo provocados por posturas corporales que se van cargando de sentido sobre la marcha.
Sara dejó los escenarios alrededor de 2006 para especializarse en diseño y elaboración de vestuario para obras teatrales, aunque aún hasta 2009 estuvo con José Vacas, en la escuela de mimocorporal contemporáneo, basado en principios metodológicos concretos: ciertas posturas corporales que activan centros nerviosos, emociones e incluso procesos físicos y neurológicos. Esos procesos y esas posturas impulsan a una acción orgánica que inaugura otros tipos de relación con el cuerpo, lo cual ha sido útil para Sara a la hora de imaginar el universo estético que creará con el diseño de vestuario.
Para empezar a trabajar, Sara se reúne con los directores y actores de la obra en cuestión y se familiariza con el universo estético, el abanico cromático, la época en que se desarrolla la obra. Ella se considera una intérprete de los deseos del director y del espíritu de la obra que debe expresarse en los vestuarios que confecciona. Y eso puede verse en lo que hace: es un trabajo delicado, con una enorme sensibilidad por la paleta cromática y las texturas visuales que esos vestuarios van a aportar al escenario, con una delicadeza que suma mucho al relato desde la sutileza, con esa presencia discreta que, siendo casi siempre indetectable, cambia radicalmente la esencia de la obra.
Observa con alegría y un poco de nostalgia las fotos de cada una de las obras para las que creó los vestuarios, que guarda con pulcritud rigurosa en archivos fechados en su computadora. Mientras me las muestra, me explica minuciosa y apasionadamente el tema y los procesos de cada obra, y entonces se hace evidente que para Sara la creación de indumentaria teatral rebasa ampliamente el hecho concreto del diseño y que ella se involucra afectivamente con esas obras en las que trabaja. Habla con mucho cariño del grupo Contraelviento Teatro, con el que trabaja desde hace varios años ininterrumpidamente.
Ante esos registros fotográficos, lo que más llama la atención es la versatilidad de Sara: vestidos de época, trajes más conceptuales, telas de colores que representan emociones, estados de ánimo, dramas íntimos. Entonces, al mirar esas fotos, se hace obvio que Sara es una artista no solo por la calidad de sus confecciones sino por la sensibilidad que invierte en imaginar y ejecutar sus ideas. Estar con ella cuando recuerda todas las obras en las que participó, sea como intérprete o como vestuarista, es viajar en el tiempo, volver a unos recuerdos ajenos, a un pasado perdido. Porque, como dice Sara, el encanto del teatro es su fugacidad, su forma de agotarse cada vez, para siempre, en cada función. Y de eso, aunque queden registros fotográficos, lo que sobrevive habita sobre todo en el recuerdo, ese territorio inaccesible y siempre extraño.
Cuando el viaje termina, Sara cambia de expresión, vuelve a su taller, a sus máquinas de coser, a su realidad cotidiana, poblada de ajetreos domésticos y proyectos artísticos. Sin embargo, en sus ojos puede verse que el salto al pasado generó un cambio leve, una disposición casi imperceptible del cuerpo. Se ve en ella, entonces, esa mística teatral que solo pueden entenderla quienes habitan ese mundo un poco mítico, un poco irreal, pero tan contundente. Sara Constante vive entre dos tiempos y entre dos mundos, y en esa frontera, crea incansablemente mundos efímeros que quedan, sin embargo, flotando en el paisaje luminoso de lo real.
Daniela Alcívar
Fotografía: Verónica Zapata Tulcán
Fotografía: Sara creando en su taller
Quito
2019
Vestuarios Escénicos