Sandra Bonilla: la magia de la canción
Cuando Sandra comenzó a cantar y a tocar la guitarra, entre rebelde e inocente, las mujeres aún eran vistas como intrusas en el mundo de los hombres. “Carishina”, le decían, “loca”. Pero ella quería ser cantautora. (En realidad nunca le importó el prejuicio de los hombres). A los 12 años, tocaba en secreto la mejor guitarra de su padre que era músico. Él componía, ella inventó también. Su primera canción Pajarito: “… quisiera ser un pajarito, y poder volar a la eternidad”, aún suena en el imaginario colectivo.
Los temas nacían de ver la naturaleza “es solo cuestión de mirar, sentir e ir diciendo”. Para crear ella percibe con todos los sentidos: el frío, el silencio, el ser, la ternura, el ímpetu del líder. Y hay un sexto sentido con el que puede entender el dolor ajeno, ser empática con quienes están en guerra, con quienes sufren, y cantar.
En el escenario –que desde 1985, es algo muy suyo-, Sandra se siente libre, como en la vida. A su modo, sin ataduras, presentándose con todo lo que es. Y cantar ante el público, “dar la cara, dar el pecho y vivir las consecuencias. Lo que yo que hago desde mi espacio, es mi responsabilidad, es un compromiso mío empezar por mí, irradiar en mi entorno, a través del canto. Soy frontal, canto a grito pero asumo cada palabra”. Sin límites, cada vez más segura de lo que ha construido. El amor a Dolores Cacuango, a Manuela Sáenz. Sintiendo en el fondo a Violeta Parra y la voz de Mercedes Sosa. Estudiar derecho le ayudó a ser dueña de sus palabras, a decir con el alma. Le canta a Tránsito Amaguaña, a su fortaleza, su luz, al hecho de haber transcendido la historia.
Su arma poderosa ha sido la guitarra su instrumento de liberación, expresión, protección. “alfombra voladora, alas”. La guitarra. Para ella es masculino, es el padre, el pan, su pasaje de ida y vuelta, el sueño, el viaje. Es un señor, poderoso. “Soy una sola con mi guitarra. Mi guitarra es sagrada. Lo único valioso que tengo”. Posee muchas, pero adora aquella con la que se inició ante el público, una Yamaha G 230. Para ella donde hay una guitarra hay paz, hay bendición, magia. “Ella te dice canta, seamos felices, hagamos un canto a la vida, a la alegría”. Ave fénix, su instrumento se ha caído, se ha golpeado, pero sigue intacto.
Con ella, Sandra ha vivido la apoteosis y también la oscuridad. Algo que le hizo madurar fue un episodio en la cárcel de Latacunga. Entre los presos había un artista que cantaba música mexicana. “Oye, ¿me prestas tu guitarra?”, le pidió. Fue el miedo, el deseo de congraciarse… y se la dio. El hombre tocó, Sandra cantó “Pajarito”; uno de los presos se le acercó, la abrazó, estaba con la ropa ensangrentada, ella olió la sangre, él lloraba.
Episodios fuertes, dulces, ha vivido en China, Estados Unidos, Cuba, Perú, Colombia, Brasil, Venezuela, El Salvador. Y en el país, son intensos los recuerdos de sus presentaciones en Galápagos, Baños de Agua Santa, Salcedo, Cayambe, Quito. Su maleta está siempre lista. Quiere irse y cantar por el mundo. La maleta también es parte suya, tiene un significado, es la casa, es como el caracol. A veces, en sus viajes, extraña su mote con chicharrón. Entonces, se satisface con un plato de arroz.
Le canta al país desde viéndolo como “el más bonito, la mitad de la mitad del mundo, la eterna primavera, todas las etnias, un país que a la vista de los otros no tiene conflictos políticos, no hay guerra, no hay pobreza. Tenemos agua dulce, el océano, los ríos, las montañas, las lenguas. Gente muy trabajadora. Vengo de un país chiquito pero gigante, poderoso, bello”.
Según ella, su voz sigue siendo salvaje. A pesar de que al inicio, cuando quiso tomar clases de canto, la maestra Blanca Hauser le dijo que se dedicara a otra cosa porque para cantante no servía. Pero ella ya venía cantando por algún tiempo, se había juntado con los cantautores, estaba en todo lado. Y siguió con su canto. Indigenista en un inicio, ahora hace de todo. Acaba de grabar la canción Locos, dedicada a los estrafalarios, que hablan solos y que cada vez son más jóvenes.
Le gusta que la identifiquen como cantautora. Asi la conoce la gente desde hace 29 años. Crear. Pulsar las cuerdas en Sol mayor y armar la estrofa, la melodía. Para hacerlo tiene que estar sola. “Todo es magia, los artistas somos seres mágicos. Cuando termino una canción me enamoro de ella. Es mi libertad, soy yo”. Tiene muchas canciones, 8 discos, de los cuales 3 son para niños. Ha compuesto temas como: Agua de mar, Déjame que te quiera, Ñuca Huasi, Agua cristalina, Rutina, Para que vuelvas, Tierra mía.
Quiere morir viejita, cantarles a sus nietos. Sueña con una vejez saludable, lúcida, “como nuestras abuelitas. Quiero ser una viejita que inspire paz, con la guitarra siempre al lado… ella siempre va a estar más joven que yo”.
Jennie Carrasco
