La experiencia en un hospital cambió su mirada acerca de la vida, desde entonces entendió y resignificó muchas cosas: el valor de la familia, la amistad, y especialmente el amor, tomaron preponderancia.
Conoció el escenario desde la escuela, más adelante lo sintió como bailarina. Luego vino su trabajo de actriz en obras más bien clásicas, aprendió mucho el oficio del teatro y toda su trasescena en esa época que trabajó con Alejandro Pinto.
Estudió en la Escuela de Actuación del Banco Central —institución de vida muy corta—. Se formó como monitora teatral, oficio que la llevó a tener los primeros contactos con grupos de jóvenes marginales. Viajó a Buenos Aires cuando se ganó una beca del Celcit.
Sin embargo, tendrá que llegar a Lima en el año 2003, a la Asociación Bola Roja que llevaba un proyecto de payasos de hospital, para comprender y decidir, en ese mismo momento, que ahí estaba su lugar, que era imprescindible llevar ese proyecto a Guayaquil, empeño que le tomó tres años organizarlo y pudo, en el 2006, constituir la Fundación Narices Rojas, que reporta ya siete años de labor y sostiene un programa en hospitales y otro en la frontera Colombia-Ecuador: La Universidad del Humor y el Amor, Facultad de Ciencias Risológicas, Carrera de Payaso. Instancias en las que ha trabajado con inmensa entrega y ha recibido como reconocimiento varios premios a nivel latinoamericano. Actualmente y paralelo a estos dos proyectos sostienen la campaña AbrazAME.
Su vida actoral le ha otorgado grandes satisfacciones y la ocasión de ir afinando su sensibilidad frente a lo humano, que por cierto lo logra desde la escena, ese lugar que le permite ‘ser’, en el más profundo de los sentidos.
En el oficio de actriz reconoce la gran enseñanza de Lucho Mueckay; como narradora está la figura de Ángela Arboleda y Raymundo Zambrano; y sus maestros del clown están claramente identificados en la figura de Víctor Stivelman y Cacho Gallegos, lista que se amplía con algunos profesores argentinos que tuvo la oportunidad de conocer.
Los mejores momentos de su vida los ha pasado en el oficio de payasa, que le ha descubierto la oportunidad de vivir el presente con intensidad y “con luz en la mirada y en el corazón”, y transformar con esa nariz todo en amorosa alegría.
“Creo que como actor todos deberían trabajar primero el clown para conocerse y a partir de eso potencializar lo que tiene”.*
Lo que más ama en este mundo es ser ‘payasa’; su cédula de identidad así lo prueba.
Ser payasa la saca de todo, le enseñó a despojarse de una cantidad de atavíos que llevamos en este mundo, donde lo superficial ha cobrado tanta importancia, “ser payasa me ha descomplicado la vida, ya no me preocupan los prejuicios sociales”.
Raquel es un ‘obsesa del trabajo’, pone toda la pasión en lo que hace, “todo el tiempo estoy en clown”, dispuesta siempre a relacionarse y agregarle una sonrisa a la gente. Está convencida de que la filosofía del payaso se puede aplicar a la vida, entre otras razones, porque descubrió cómo trabajar la parte vulnerable que todos escondemos, como un camino a crecer y soltar los miedos.
Otra de sus pasiones es la pedagogía, le emociona tanto como actuar. También se ha preparado mucho para ello, siente que ha ido construyendo un método que lo aplica en sus clases, un método cuya línea conductora es la autenticidad y el amor, esto lo intuyó hace algunos años cuando era profesora en el Colegio Alemán y la llamaban ‘frau alegre’, allí entendió que la entrega y la transparencia conquistaba a los chicos. Dedujo así mismo que la técnica es una herramienta, no una camisa de fuerza, que todo lo aprendido se junta para construir una auténtica pedagogía de payasos. Y lo más preponderante, que “el payaso si no vive en el juego no existe, si no sabe a qué está jugando no puede meter al otro en su universo”.
*Entrevista Genoveva Mora Toral
Fotografía: Joshua Degel
Obra “Torunda”
2012