Paloma Dávila: la pasión por el juego del arte
Mamá qué parezco? dijo la niña mientras saltaba las piedras del río. Pareces una paloma que danza, contestó la madre ese día.
Paloma Dávila supo desde niña que el movimiento, la expresión corporal y la búsqueda de la creación eran su camino. Aprendió desde la naturaleza, desde la simplicidad de la gente sencilla que conoció en el peregrinaje por todo el país junto a sus padres y hermana, convencidos de que la libertad era el único medio para vivir en tiempos de persecución política y de compromiso militante. Pocas veces fue a una escuela formal, dos meses, en una, tres en otra, talvez un año completo en aquella otra, pero aprendía cada día el gusto por la lectura, la ciencia, las matemáticas, la arqueología, la antropología temas en los que padre y madre eran expertos. Pero sobretodo aprendía a recibir y transformar, a valorar lo aprendido para volverlo útil y creativo. Vivió una infancia de libertad, de aprendizaje desde la realidad y el asombro por las diferencias y las posibilidades que estas abrían. Los rituales y danzas indígenas en los páramos serranos, las danzas afro, de esmeraldas, los apacibles cantos de la selva, agrandaban su mundo sensible.
Cuando la familia regresó a Quito, ella y su hermana eran observadas como salvajes, gritaban demasiado, como demasiadas eran sus preguntas y escasos sus buenos modales, pero tampoco esta vez la escuela formal podría modificarlas. Entraron a un colegio experimental, el Pestalozzi donde empezó a darle forma a esa actividad que se convertiría en su pasión: la expresión corporal a la que alimentó con danza, teatro, mimo.
Cuando llegó el tiempo de la Universidad, ninguna tenía un sitio para ella, le faltaban cartones, certificados, notas. Poco importaba que le sobraran conocimientos, experiencias, proyectos. Fue aceptada como oyente en la Escuela de Arte de la Central, suficiente para ella porque se trataba de aprender y no de conseguir títulos. Al tiempo formó su propio grupo de teatro, se incorporó a colectivos de danza y aumentó su bagaje con su conocimiento autodidacta.
Si bien aprender fue siempre la meta, había que sobrevivir en un mundo donde los artistas tienen muy pocos espacios y sí muchas dificultades. Ya había formado su propia familia, tenía sus hijos y las responsabilidades aumentaban. No había si no que tocar puertas, pedir auspicios, imaginar talleres. Así se inicio esa otra actividad que la nutre y encanta: gestora cultural y se adueño, con alegría, de la de maestra porque le permite compartir, recrear, enriquecer experiencias. Con estas experiencias ha creado su propio método de trabajo donde la improvisación deja de ser casual y se vuelve causal, es decir tiene un razón, un fin, una lógica creativa, pero sin dejar de ser lúdica.
Para Paloma el arte es ante todo pasión y juego, pero también es compromiso social, político, revolucionario. Es actitud de vida.
Actriz, directora, coreógrafa, escenográfa, sabe todos los secretos de su oficio. Desde la Fundación Cactus Azul ha organizado el Festival Internacional para niños y jóvenes Guaguas de Maíz, que lleva 10 ediciones exitosas. Es parte del colectivo Mandrágora, Mujeres Transitando Huellas donde ha podido investigar y añadir sus propias ideas y experiencias en una militancia feminista diferente, que rescata del olvido a las mujeres en las artes.
En constante aprendizaje, no desaprovecha oportunidad para asistir a talleres experimentales en Ecuador y en varios países, especialmente la Argentina, donde ha logrado vínculos profundos con otros creadores. Y, como lo que aprende necesita ser compartido inmediatamente, cumple con otro de sus compromisos: formar nuevos actores o trabajadores del teatro y lo convierte en una retribución a muchos años de trabajo artístico, más incluso que el haber ganado varios premios. Con su obra 2+1=1 o Los Desaparecidos ha representado al Ecuador en varios países y Festivales. Sus propuestas renovadoras , sus compromisos sociales, sus acciones en pro del teatro, la danza y las artes escénicas en general, le dan la seguridad de que no equivocó su vocación y que el eterno juego de crear, continúa.
Jennie Carrasco