“No me frustré, encontré una tierra fértil donde sembrar, no fui ambiciosa en lo terrenal”.
El amor la detuvo en estas tierras, corría el año mil novecientos cincuenta y dos, venía desde Argentina en una gira que terminó en el Lago San Pablo, donde Ricardo León le propuso matrimonio. Hizo de Cuenca su ciudad, le entregó todo su contingente humano. Su bagaje lo puso al servicio de una ciudad que vio nacer la danza a partir del empeño de Carmen Villamana, su nombre de pila.
La Habana fue su primer escenario, ahí confirmó su talento en un recital que le confirmó la posibilidad de la danza “mi primera experiencia fue alucinante”. Luego pasó a México y adoptó el nombre artístico de Osmara, la bailarina de los pies desnudos. Osmara fue una niña y adolescente guiada por su madre para ser una artista, “Desde niña estudié mucho, nunca tuve tiempo para fiestas ni amigos, mi madre fue una artista nata, me llevaba a clases de todo”. Estudió danza con Juan Magriñá y Emilia García –alumna de Isadora Duncan- . “A pesar de mi juventud, fui creando mi propio estilo”. Sin embargo, esa concepción de la danza no la desarrolla de forma personal, toda su creatividad y esfuerzo lo traspasó a sus alumnas. Creó la primera academia de danza en Cuenca. Ha enseñado durante más de cincuenta años en el Conservatorio de Música de esa ciudad. Nada la detuvo, las pequeñas derrotas la impulsaban para sostener su objetivo, de todas maneras. La vida en una pequeña ciudad, apartada del mundo no fue obstáculo para continuar, “tenía la música de los grandes maestros y mucha ganas de crear”. La visita a los pueblos aledaños sirvió para indagar y adentrarse en el terreno del folclor. Las danzas tradicionales le inspiraron creaciones nuevas. Formó un elenco folclórico, convocada por Patricia Aulestia, participó con su grupo y ganaron un premio nacional y otro internacional en Miami. A sabiendas de que éste hubiera sido el camino fácil, porque el folclor sí tenía acogida de parte de los muchachos; su empeño estuvo y está en la danza escénica.
Su lucha ha sido intensa, en una sociedad donde, curiosamente, casi no existen bailarines y la danza parecería patrimonio de las mujeres. A pesar de ello nunca dejó de soñar, siempre estaba maquinando cómo armar un espectáculo, “desde el inicio de mi academia y con todas las dificultades, lo presentábamos cada año”.
Osmara sigue en el aula, no ha perdido su porte; todos los días se la ve caminar para cumplir con un oficio, en el que no hace falta decir, cree firmemente.
Educada con la estrictez de esos tiempos, no ha flaqueado jamás. Su huella quedará para siempre, sus pasos de polka que los fue anexando al folclor morlaco, son parte del baile de la chola cuencana.
Su figura altiva, su palabra ágil, la marca de su voz y la inteligencia de su mirada, hacen de Osmara un personaje singular, que supo conjugar el arte con el amor, la pasión con la inteligencia. Una bailarina que logró imponer desde la sensibilidad, un arte que la gente de hace medio siglo, no alcanzaba a ver. Hoy, todos la reconocen como la Maestra, Doña Osmara de León.
Genoveva Mora Toral

Fotografía: Fuente – Danzahistoria