El corazón en el lugar correcto
A Noemí se le llenan los ojos de lágrimas cuando recuerda cómo su “mamá-abuela”, quien la crio a ella y a sus nueve hermanos y hermanas mayores, logró reconciliarse, después de toda una vida de negación, con su herencia y con su origen a través del arte de la hija-nieta rebelde y artista. Ella, la nieta, portadora de una historia poderosa y aupada por las ancestras silenciadas, se dispuso a cualquier cosa con tal de torcer el designio de la sociedad machista y conservadora sobre las mujeres: el de no ser otra cosa que amas de casa, madres y esposas. Y sobre eso, con conciencia de clase y de etnia, se decidió a recuperar sus orígenes ocultos, a abrazar su linaje, a reivindicar su existencia mutilada por la historia oficial y la cultura colonial.
La mamá-abuela fue vendida a una familia cuando era apenas una niña, y así, despojada de su memoria familiar y cultural, de su arraigo, de su bagaje, no encontró otro modo de enfrentarse a la vida que de espaldas a su identidad y reproduciendo los modelos machistas, racistas y clasistas de una sociedad que la convirtió en un bien de intercambio. Se encargó de la crianza de diez niños y niñas que, dócilmente, se adecuaron a esos modelos culturales opresivos y estereotipados. Todos salvo una, la menor: Noemí. Para ella las cosas serían más difíciles, pero también más apasionantes, más complejas, más arduas y más verdaderas. A través suyo, la historia encontró el modo de emerger a la superficie luminosa del presente.
Noemí encontró en el arte, en el teatro, una vía para conocer mejor el mundo. Su trabajo se construye en la calle, en los barrios, en contacto con los desplazados y las discriminadas; sus proyectos se construyen durante muchos meses porque lo que más le importa es la investigación previa, la charla, la convivencia, el verdadero encuentro. Asume su práctica teatral como un vehículo de movilización política, en el sentido de un radical desarreglo de las dinámicas normalizadas y de los roles establecidos. Y eso surge, definitivamente, de haber tenido ella misma que extraerse a sí misma de un sistema opresivo, violento y estigmatizante.
Siendo aún menor de edad se rebeló contra su familia y entró a estudiar teatro, lo que le costó una temporada fuera de su casa en la que durmió en el sofá de la sala de ensayos. Finalmente, en su familia tuvieron que aceptar que Noemí no reproduciría sus mandatos si querían tenerla cerca: primer gran triunfo que marcaría su vida entera y también el curso de su quehacer artístico. Para sostenerse, Noemí trabajaba en el ámbito de la belleza y el maquillaje –sus primeros estudios fueron de cosmetología, y ahí también dejó su huella al exigir, contra todo lo que había aprendido en la carrera, que le permitieran graduarse maquillando a una modelo afro. Combinaba, entonces, el trabajo con el estudio formal del teatro, en la Universidad Central, y, hacia el final de la carrera, con el ejercicio de la maternidad. Así que, en consonancia con su espíritu rebelde, Noemí no solo fue la primera mujer de su familia en obtener un título universitario (¡en una carrera artística!), sino también la primera en decidir ser madre sin por eso renunciar a sus estudios y sin tener que casarse. “Yo decidí ser madre soltera”, dice con orgullo, y habla con enorme ternura de su hija, Dábata Saraí, que significa Princesa de la Fuerza Mayor. Fue su hija, curiosa e incansable como la madre, la que llevó a Noemí a buscar a su propio padre biológico, y así descubrió que su padre es negro y pudo explicarse la atracción corporal y emocional que desde niña sintió por la cultura afro, que desde entonces es parte constitutiva de su trabajo y de su universo íntimo.
A esto se sumó la lucha política universitaria a favor de los derechos de participación de los estudiantes en los espacios oficiales del arte. Creó la obra infantil “El pollito que quería volar”, basada en Memorias de una gallina, de Concha López Narváez, que habla del machismo en nuestra sociedad pero, más íntimamente, habla del modo en que Noemí fue educada y adoctrinada, y cómo encontró el modo de cambiar su destino y ejercer su libertad. Esta obra fue estrenada en su barrio, pues sintió que lo que ella había vivido lo estaban viviendo muchas otras mujeres y niñas que podrían encontrar en la historia de la gallina rebelde un punto de fuga de una realidad demasiado dura. Entonces también se dio cuenta de que su trabajo sería eminentemente comunitario. Posteriormente, creó la obra “Mujer de piedra”, ganadora del Premio Francisco Tobar García a la mejor producción teatral en 2018, producto de una prolongada convivencia con los y las vendedoras ambulantes, continuamente criminalizadas y objeto de interminables abusos institucionales y de lagunas legales que precarizan un trabajo ya de por sí precario.
A Noemí, el trabajo teatral le mostró el camino a seguir. Se define como una empresaria con independencia económica para crear sus propias obras; una empresaria con visión social –ha creado asociaciones y micro emprendimientos en su barrio en Cotocollao con enfoque de género, como una asociación de costureras y otra de fabricación de mermeladas. Y a la vez, sabe que su pasión está en el arte, aunque se muestra reticente a pensarse a sí misma como artista, “prefiero pensar que soy una obrera”, dice, con profunda conciencia de clase y un compromiso auténtico que no se queda en las palabras sino que permea todos los aspectos de su vida. El mayor objetivo de su vida es conflictuarse y conflictuar a los demás.
Actualmente, lleva más de un año investigando la temática de la violencia sexual dentro del hogar, un desafío inmenso en la medida en que las mujeres, especialmente las de clases sociales precarizadas, ni siquiera llegan a pensar sus condiciones de vida como violentas y opresivas porque carecen de las categorías que les permitan identificar lo que están viviendo. Uno de sus proyectos más ambiciosos a todo nivel, Guardianes de semilla, está enfocado en el cuidado de niñas y niños a través del arte comunitario. Esto tal vez resuma el espíritu que mueve el cuerpo de esta artista: cuidado del otro y de la otra a través del arte. El corazón puesto en el lugar correcto, así es Noemí.
Daniela Alcívar
Fotografía: Cinthya Guaña Córdova
Obra: Mujer de Piedra
Estreno Internacional: San Bernardo – Santiago de Chile / Casa teatro e Longo – Quito
2018
Dramaturgia: Noemi Laines Dirección del montaje: Carlos Quito