Noemí Albuja

Vivió su infancia en la hacienda La Mariscal, en Machachi. Creció libre y siempre se sintió parte de la naturaleza. Su vida transcurría sin prohibiciones ni tabúes; el apareamiento o el parto de un animal era un suceso para festejar y alegrarse, en su vida no existía la malicia.

El encanto campestre ocurría a la par que sus estudios de primaria realizados con tutores particulares. Pero ocurre que luego de haber terminado la primaria tiene que trasladarse a la ciudad para continuar con la secundaria. El primer gran impacto es vestirse formalmente, incluidos los zapatos, prenda que en su cotidianidad pasaba casi desapercibida. Su primer día de clases fue un verdadero primer día de prisión, de castigo, pues quitarse los zapatos en el aula o preguntar una y mil veces a qué hora termina la clase, fueron motivos suficientes para la respectiva sanción. El colegio y sus normas fue su gran opositor, sus innumerables reglas parecieron haberse extendido hasta su casa, donde empiezan a tratarla de rebelde. En medio de esto, probablemente como una reacción inconsciente, decide serlo de verdad y optar por un mundo libre donde poder ser: el teatro.  

Corren los años sesenta y la Casa de la Cultura de Quito abre la Escuela de Teatro, que tiene vida corta, pero Noemí fue parte del grupo que empezó su formación en esas aulas junto a José Ignacio Donoso, Carlos Izurieta, César Santacruz, entre otros. 

El sueño duró poco, una vez cerrada la escuela —como eran los menores no formaban parte de Teatro Ensayo—, les tocaba esperar la oportunidad de una vacante para poder ingresar. Así que decidieron formar su propia agrupación, Teatro Ensayo Libre, dirigido por José Ignacio Donoso, con quien llevan a escena algunas obras, como Los incendiarios, que se convierte en su pasaporte al Festival de Manizales, donde recogen muy buena crítica y eso les impulsa a seguir. Trabajan mucho sin remuneración, realizan giras nacionales. La dinámica del grupo incluía reuniones sistemáticas para analizar los trabajos y para mantener un ejercicio de autocrítica que lo consideraban indispensable. Transcurren cuatro años y la situación económica exige tomar decisiones, de modo que cada uno toma su rumbo, pocos, entre ellos José Ignacio, se quedan, hasta hoy, en el teatro. De su paso por las tablas tiene como su mejor momento cuando hizo el papel de la Sra. Beluver: “Ese fue mi primer personaje y el que más importancia tiene para mí”, afirma. Noemí contrae matrimonio con su compañero de escena, Carlos Izurieta, tienen dos hijas y la vida la dedica por completo a su familia.

Casi una década después, en los ochenta, hace un pequeño paréntesis en su vida de hogar, para aceptar la propuesta de Santiago Carcelén y hacer Bernarda Alba en un formato para la televisión; así también, en los primeros años del Patio de Comedias cuando su tía la invita a ser parte de La familia Bliss, ese fue su último papel.

Declara haber admirado a muchos actores. Charles Chaplin es su favorito, mas no tiene, precisamente, un referente, para ella el teatro era su personaje de turno, el que la inspiraba e invitaba a investigar y transformarse. 

Genoveva Mora Toral

Fotografía: Henry Aylwin
Archivo personal
1981