Monserrath Astudillo: Los rituales de la vida
La madre, la abuela, influencias innegables en una mujer que vive intensamente, desde la sangre, desde el don que la lleva a sumergirse en el humor, en tomarse la vida como un ritual, en cada acto, en cada conexión. Sobre todo la conexión con la naturaleza. Monserrat se crió en el campo, cerca de Cuenca, y de allí le viene esa sensibilidad especial que le permitió crear un mundo paralelo, fuera de la realidad. Gracias a los cuentos del abuelito. A la risa de la abuelita.
Buscando formas de estar en este mundo, se encontró pronto a sí misma. A los 17 ya estaba decidida y definida. Buscando siempre el no sistema cotidiano, fue punkera, hippy, roquera. Estudió comunicación social y en la universidad, se involucró en grupos de investigación teatral, con la dirección de Diego Carrasco y Rafael Estrella. “No había una escuela formal. Éramos los tres, hicimos una obra “Yo vine para preguntar”. Presentaron la obra en el teatro Malayerba, y cuando vio Nuestra señora de las nubes, de Charo Francés y Arístides Vargas, se apasionó y lo decidió. Se separó del mundo de los amigos del colegio, y llegó a estudiar en Malayerba. Luego contactó con Juanita Guarderas que la invitó a trabajar en una obra sobre Santa Marianita. Y se quedó. Y le tocó trabajar duro con algunos directores.
La llave del armario fue su primer monólogo. Estaba dolida por la muerte, por lo que significa. Escribió mucho sobre el tema, no era para teatro pero salió material, y la obra fue experimental, una forma de hacer una catarsis, escribiendo “porque es la forma más sincera del corazón, aunque hables con alguien no le dices todo, cuando escribes dices todo”.
En su proceso de hacerse, de armar la actriz, le llegó el humor. Cuando realiza Stand up explora este género sin tener otro recurso que su propio cuerpo. Es otro tiempo, otro descubrimiento. Se conecta con la cotidianidad de la gente, con temas tabú, temas que no se hablan ni en voz baja. Parece muy trivial hablar de sexo, por ejemplo. Pero abordar el tema desde un personaje con una vida reprimida, un tema tan satanizado, encuentra a mujeres de 50 años que no conocen su cuerpo… O asuntos como la política, con el público atento, identificado, es ayudar a comprender. A través de la risa, la gente escucha lo que Monserrat tiene que decir.
El humor es una herramienta buena para ayudar a las personas, libera y regresa. Si bien le gusta el drama y otro tipo de teatro, considera que la comedia es super compleja y es una herramienta del arte muy importante para la sociedad. Lo que ella hace es teatro comercial pero no tiene por qué ser basura. El público común se ríe, “pero también es importante de dónde le sacas las risa. Te ríes de algo que duele también”. El humor es parte de ella, fluye. Hacer chistes, aún frente a la enfermedad o la muerte es un arte. “Mi abuelita se reía de ella misma. Es algo genético, mágico. Cuando la gente se mata de la risa en el teatro, es una liberación. Eso ya es una misión cumplida”. Y que el teatro cale en la gente, ya es bastante. Convencida de que lo que hace está bien, se siente en armonía, desde su propia forma de actuar, sin conflicto, segura de cuál es su camino.
El clown es algo más difícil, es un viaje, una pasión, “encontrar y despojarte de tu propia forma de actuar y solo ser el clown, es un camino bien difícil, me encanta el clown con nariz, sin nariz… es lindísimo”.
La actuación ha sido un camino de autoconocimiento. Hacer ese viaje en el escenario para conectarse, consigo misma, primero, y luego con la gente. El teatro la conecta con el espíritu, con el ser, donde se alinea todo, la gente se mete, se abre. “La conexión es un entendimiento de mi mensaje, llega, se despierta, esa es la misión mía como ser humano”.
El teatro para Monserrat no es un “trabajo”. Más bien espera, ansiosa, para ir a su pasión, una parte más de su forma de ritualizar la vida. Porque le encantan los rituales. Desde el despertar. La meditación. El sol, la terraza, las plantas, el gato. Siempre se da un espacio para ritualizar el baño, una vela, armonizar el espacio con cuarzos. Cocinar es también un ritual, lo que le dice a la comida, su relación con los alimentos. Cuando va a dormir, prende una salvia, o algo que la conecte para dormir en otro estado. Siempre está limpiando el teatro, los espacios. Siempre el corazón con la tierra, con la sangre, con los elementos. Cercana a lo indígena, a lo ancestral, aprende del rito shamánico, del temascal, la ceremonia. Y ahí están sus abuelitos. “Ellos me enseñaron eso, el contacto con la naturaleza. Mi abuela estaba conectada con la tierra porque sembraba, cosechábamos, escuchábamos a los pájaros, a la lluvia, a las estrellas, la montaña. “El camino espiritual mío es la naturaleza, reconoce, pero estoy bien donde estoy. Lo importante es buscar el equilibrio entre las dos cosas”.
Como parte de su encuentro con el Espíritu, se fue a la India, su energía, el templo de Vishnu, el lugar más sagrado, más rezado. Siente que podría vivir así, con estas otras formas de estar. Pero siempre regresa a la actuación. Las experiencias le dan material para seguir creando. Aunque se considera nómada –lugares mágicos ha visitado- siempre regresa. “Me gusta ir por el mundo pero el Ecuador es mi casa, es el lugar que tengo para volver. Aquí está mi corazón”.
Multifacética, dibuja, hace lámparas, escribe, canta. Y sigue aprendiendo, sigue vinculada a Malayerba, estudiando dramaturgia con Arístides. Está en la Escuela de danza Futuro Si, y retomando el canto con Elena Vargas.
Ahora con Silvia Brito trabaja en una obra que no está escrita, en el camino van encontrando los personajes. Y con su trabajo le interesa llegar a la gente que no está acostumbrada al teatro, que no tiene espacio para conectarse consigo misma. En este nuevo montaje con Silvia, desarrolla la idea del cuento de Alicia (en el país de las maravillas), buscando una metáfora, para mostrar la intención del cuento más que representar el personaje.
Jennie Carrasco
