Mariela Condo

La voz del viento canta por la boca de Mariela

La voz de Mariela Condo es tan dulce cuando habla como cuando canta. Como si susurrara siempre, incluso cuando se ríe sonoramente o cuando hace afirmaciones contundentes. La voz se desliza entre las palabras y las trae a la superficie con un halo de serenidad, con una sonoridad y un ritmo que recuerdan la suave corriente de las aguas o la brisa de la montaña. Habla generosamente de su infancia, de su formación y de sus posturas estéticas y entonces, a la sonoridad precisa y sutil se le suma cierta claridad de ideas que no viene de ningún otro lugar que de aquel que ella llama “el impulso”. Algo en el cuerpo, algo en la emoción, algo en el mundo, que le indica súbitamente, al margen de los pensamientos, cuándo ha llegado la hora de emprender un nuevo viaje.

Mariela nació en la comunidad indígena Cacha-Puruhá, en la provincia de Chimborazo, donde vivió hasta los cinco años. Ahí, escuchó a sus abuelos y a su madre cantar, aprendió los cantos antiguos y los nuevos (su madre solía cantar la Nueva Canción Latinoamericana), y empezó ella también a cantar a modo de distracción, pues debía pasar mucho tiempo sola. Enseguida su familia se dio cuenta de su talento y de la belleza de su voz, y Mariela se convirtió en la protagonista de las fiestas, cantatas y celebraciones de la comunidad. A los cinco años, se mudó junto a su familia a Riobamba, donde permaneció hasta los catorce, segura ya de que lo que quería hacer de su vida era ser cantante.

Pronto Riobamba le quedó chica y migró, también junto a su familia, a Quito. De ese cambio le queda aún la sensación de extravío, de aceleración urbana, de impersonalidad. Ingresó al Conservatorio Nacional de Música y durante más de tres años estudió ahí piano y teoría musical durante las mañanas y las tardes y por las noches estudiaba para terminar el bachillerato. A los diecisiete años decidió, contra las expectativas familiares, que el piano no era lo suyo y que lo que quería era volver a lo primigenio: el canto. Y desde entonces no paró. Dejó el Conservatorio, se tomó unos años de pausa, luego entró a la escuela de Berklee en la Universidad San Francisco de Quito, donde se abrió su curiosidad por otras áreas de la cultura y el conocimiento y que le permitió ponerse en contacto con distintos modos de pensar y concebir el mundo.

Mariela tiene tres discos que combinan lenguas, tradiciones, estilos y deseos. Combina canciones ajenas con propias, y busca encontrar en cada una el punto que la conecte con su deseo y su cuerpo. Tiene un fuerte sentido de la autocrítica pero todo lo usa como laboratorio para sueños futuros. Acusa cierta ingenuidad o incluso pretenciosidad en su primer disco, cantado en kichwa, Shuk shimi, Waranka shimi, de 2007, cuando, en sus palabras, tenía ideas grandilocuentes como “salvar el mundo”. Su segundo disco, Vengo a ver, de 2013, ya está formado por canciones de su autoría y representa para ella un primer paso para entender qué quería de su carrera y cómo empezaba a delinear su vida como artista tras haber terminado la universidad. Su tercer disco, Pinceladas, de 2015, mezcla canciones propias y de otros compositores. Actualmente prepara su cuarto disco, llamado Al viento, compuesto enteramente de canciones ecuatorianas.

Mariela se nutrió de los cantos de sus abuelos y su madre, pero también de sus años en el Conservatorio y la universidad, del piano y el canto clásicos, de sus viajes por América, Europa y Estados Unidos, de su maestra argento-mexicana Hebe Rossel y de la cantante de jazz mexicana Iraida Noriega, de sus relaciones afectivas, de su compañero en la vida y en la música, William Farinango. Sobre todo, Mariela se nutre de su “impulso”: su deseo, la conjunción de azares que le acercan canciones, recuerdos, imágenes. Cree en darse tiempo, en escucharse, en no responder a demandas externas al extraño movimiento del silencio. “El silencio hay que recibirlo, y que se quede el tiempo que quiera quedarse”, dice cuando explica los temores y aprehensiones que le genera “la página en blanco”, la imposibilidad, muchas veces prolongada, de escribir canciones, de crear algo nuevo.

Esas pausas son respiraciones, son evocaciones, y también crean: en las canciones de Mariela –aunque no las haya escrito, su voz las hace suyas– se siente esa mezcla de melancolía y goce, de silencio y música, de inminencia, tradición e intimidad. Mariela es irónica con respecto a cualquier nacionalismo o pertenencia que se pretenda esencial: ha sufrido también el encasillamiento de su etnia como algo exótico que se trata con condescendencia. Ella no cae en ese vicio de las sociedades coloniales. Tiene claro que lo que la hace elegir y componer las canciones que canta está relacionado con el deseo y la conmoción; está comprometida éticamente con las vibraciones de su sensibilidad y a eso le apuesta en cada trabajo y en cada lapso de silencio.

Mariela es elegante y abierta, risueña, graciosa y un poco teatral –la única carrera que ha considerado como alternativa a la música es el teatro. Es generosa con su interlocutor y con su público, y la delicadeza, la dulzura y la calidad de su canto no tienen que ver únicamente con el timbre singular de su voz o con el trabajo riguroso con sus recursos y sus talentos, sino con la escucha atenta a las señales sutiles que su cuerpo le envía, con el cuidado amoroso de esas señales, con la actualización constante del valor de los impulsos propios como único timón de cualquier camino artístico.

Daniela Alcívar

Fotografía: Ricardo Centeno
Evento: Concierto Nuestra Música
Teatro Nacional Sucre – Quito
2015
Presentación de: Mariela Condo