“La danza, una inagotable fuente de aprendizaje. Una vida de sentidos para dar sentido a la vida”.
La Danza siempre fue lo suyo. En los tempranos años de la adolescencia empezó a descubrir que bailar le proporcionaba inmensa satisfacción y, sobre todo, le abría la mirada hacia un mundo distinto al de su cotidianidad. Quizá por su carácter reservado encontró en los misterios de Tepsícore la posibilidad de expresarse con mayor espontaneidad.
Empieza a bailar en la mitad de la década de los años sesenta con Marcelo Ordónez. Al poco tiempo se enrola en el ballet de la CCE, con Noralma Vera, a quien considera una de sus más sólidas maestras. A la par daba clases a las chicas de su barrio, o entusiasmaba a sus compañeras del Manuela Cañizares. Cada noche, después de su clase, anotaba detalladamente lo que había aprendido para transmitirlo al día siguiente a sus improvisadas pupilas.
Se relaciona con otros jóvenes y surge su identificación con los movimientos de izquierda, aspecto que define totalmente su vida porque intuye que también a través de la danza se podía hablar.
A los diecisiete años es invitada a participar en el Festival Mundial de la Juventud, en Berlín donde presenta varias coreografías “que no sé cuán bien estaban, pero las llevé y bailé en algunos teatros”. En todo caso, fueron el impulso para iniciar una carrera. Vendrá Canto Generaly a partir de ahí la construcción de coreografías que respondan a esta cosmovisión.
Viaja a México en la época de oro de la danza de ese país. Forma parte del cuerpo de baile de la Ópera de Bellas Artes, donde tiene la oportunidad de ser solista en El castillo Baraba azul. De ese aprendizaje queda la presencia de sus maestros: José Antonio Alcaráz, Federico Castro, Jaime Blanc y Antonia Camero.
Eran los tiempos en que la técnica Graham era casi sinónimo de danza. Conoce a Martha Graham durante un festival en Guanajuato y ese encuentro lo tiene marcado en su memoria como día memorable.
Regresa de México cargada de ideas y entusiasmo e incia varios proyectos:
Comunadanza, dirigida por Ana Miranda. Se acerca al teatro, lo hace con Jaime Bonelli. Un preámbulo a Mudanzas. Admira a María Escudero. La imagen, será uno de los elementos que la preocuparán de ahí en adelante. Y es precisamente en La Torera, dirigida por Jorge Mateus, donde logra ese cometido. Funda con Santiago Rivadeneira el Centro de Formación Dancística e Investigaciones. Luego vendrá FDI del que también es iniciadora. Cumple con la dirección del Instituto Nacional del Danza. Desde hace seis años está al frente a la Compañía Nacional de Danza y su desafío es dirigirla y aportar a la danza ecuatoriana, “tal vez en ellos (los integrantes de la CND) vea reflejado los frutos de una labor casi silenciosa”.
Entre los nombres que han dejado huella en su vida cuenta el de Noralma Vera, su disciplina rigurosa así como el trabajo corporal exigente, “nunca era suficiente lo que se hacía, siempre había que dar más”.Takako Asakawa, una de las primeras bailarinas Graham, “no pasaba nada por alto, todo tenía que ser absolutamente limpio, no se podía ir de un movimiento a otro si el primero no era perfecto”.
María Luisa González es una persona a quien se la puede definir como una bailarina pura. Pare ella quizá el estilo no ha sido una búsqueda, lo preponderante ha sido bailar: “Yo misma no podría describir mi estilo, hago lo que inspira. Sé que muchos bailarines lo tiene definido, yo no podría definirme. Solamente trato de ser honesta conmigo y de ser consecuente con lo que puedo hacer…”
María Eugenia Paz y Miño
Fotografía: Guillermo Echeverría.
Obra “La Torera”.
1998