“El teatro es mi vida desde que despierto…hasta que vuelvo a despertar. Y seguiré creyendo en él, en su belleza, en su pasión, en su locura y en las broncas habidas y por haber que implica el arte en nuestro continente… el arte en libertad”.
La cordoveza que aterrizó en Quito en el setenta y seis, después de un largo periplo de audacia y teatro. Si bien las circunstancias de su país en aquel momento la obligaron a dejarlo, tampoco hubiera sido extraño que hubiera llegado a éste, por voluntad propia. Ella, como se reconocía tenía “los pies calientes de los viajeros”.
Mujer de tremenda personalidad, una convencida de la necesidad de ser auténtica. Generosa, no dudó en entregarle a quien tenía cerca todo lo que en su viaje por la vida le había enseñado, sobre todo en el teatro. Y es que ella aprendió el oficio mientras se desempeñaba como obrera en una fábrica de Buenos Aires. El trabajo nunca fue un obstáculo, fue el medio para llegar. Por eso mientras estuvo en Francia fue capaz de saltar del escenario a las tareas más humildes. Cuidar gatos o limpiar casas, seguramente esas horas habrán sido el paréntesis para pensar, maquinar, inventar para aquello que tanto quería y creía: el teatro.
Haber estado junto a personalidades como Marceau no la obnubilaron, al contrario le confirmaron la condición de humanos. Por ello, cuando regresa a su país prefiere la provincia, escoge colocarse en el margen, hacer teatro con los obreros, para despertar ellos la posibilidad de cuestionarse y cuestionar al mundo desde su condición.
Fundadora del departamento de teatro de la Universidad Nacional de Córdova y más adelante del paradigmático LTL –Libre Teatro Libre– una trinchera de las tablas y las ideas, un teatro revolucionario en su forma y pensamiento. No la entendieron, pagó su convicción con la separación de la facultad. Y en el setenta y seis con el exilio, cuando la dictadura se había instalado en Argentina.
Llega a Ecuador y continúa con su propuesta, funda Saltamontes, trabaja con las mujeres por sus derechos; en un empeño persistente por transmitirles y hacer que se descubran humanas, sensibles y fuertes para enfrentar la violencia, entre otras vicisitudes. Muy respetada por sus colegas. Recibió el premio Manuela Espejo y recibió también de su universidad, el reconocimiento y el perdón por no haberla entendido en su momento.
Ocupó y lo hace hasta ahora, un lugar especial. Ella es referente indiscutible en el teatro ecuatoriano y en la memoria de quienes aprendieron junto a ella. Irónica, inteligente y jovial. Su risa amplia disimulaba las huellas de los años y de su fidelidad al cigarrillo. Una copita de vino no era sino el inicio de una conversación inteligente, llena de recuerdos cargada de buena vibra y convicción. A Escudero se la recuerda con enorme respeto y cariño. Actores y actrices de gran renombre han seguido sus huellas y la han tenido como directora y compañera solidaria. Dirigió casi todas las obras más significativas de las décadas del ochenta y noventa. Actores y actrices ecuatorianos reconocen en ella un referente, una guía indispensable. Su experiencia fundamental fue en el campo de la creación colectiva. Era frontal para la crítica y estricta con relación a la disciplina teatral. Escudero marcó en forma profunda el quehacer teatral ecuatoriano y fue clave su participación en la creación de grupos de teatro. Su vida de artista comprometida la llevó a interesarse por las condiciones sociales y políticas de muchas personas y colectivos, entre los que nombramos el trabajo en el campo del socio-drama, con mujeres de sectores empobrecidos y con víctimas de la violencia familiar. En el año 2004 recibió el premio Manuela Espejo, otorgado por el Municipio de Quito.
En 1999 fue homenajeada en el Festival del Libre Teatro Libre de Córdoba que para tal ocasión incluyó la principal temática del encuentro: “EL TLT, María Escudero y la Creación Colectiva Hoy”. La Universidad Nacional de Córdoba, que treinta años antes la había expulsado de la cátedra de teatro, le pidió disculpas y le otorgó el doctorado Honoris Causa. En la actualidad, el Teatrino recobró su identidad pasada y lleva ahora el nombre de María Escudero. Para ella el humor y la esperanza fueron claves en su vida: “Después de la noche, amanece”.
María Eugenia Paz y Miño
Archivo Nela Merigueth.
Obra “Entre gallos y media noche”.
1979