Leonor Bravo

Ser parte de una familia que conjugaba la diversidad del país (madre costeña y padre de la sierra), recibir por igual, música clásica que viejas canciones pueblerinas, oír las Mil y una Noches desde la voz montubia de la abuela materna o descubrir la Odisea entre los anaqueles llenos de libros de su padre, le permitieron a Leonor Bravo creer que todo sueño es posible. 

Su primer sueño fue la Escuela de Bellas Artes, la pintura le abrió sentidos, muy joven hizo su primera exposición con éxito y buena crítica, sin embargo algo faltaba. Talvez porque las Artes plásticas es un oficio que se hace en solitario y por que quien mira una obra también lo hace de manera íntima y esos eran tiempos de compartir, debatir, salir a las calles, protestar. Eran tiempos y momentos en los que se cree poder cambiar el mundo en colectivo. 

Pasó a ser parte de un grupo de títeres donde creyó encontrar la síntesis de lo que le gustaba hacer: pintura, teatro, literatura. Más que eso encontró la risa, la inquietud y el interés de pequeños soñadores que escuchaban con atención las historias que contaba, algunas recogidas de sus recuerdos en la voz de las abuelas, otras rescatadas de la literatura oral que recogía en pueblos y provincias y, buena parte, imaginadas desde los ojos de los niños que encontraba. Cuando ella tuvo su hijo fue aún mas necesarìa esa nueva actividad de contadora de cuentos porque descubrió que era otra forma de amamantar. Poco a poco abandonó los títeres y fue puliendo sus historias, sintetizándolas, aligerándolas para que la profundad sencillez infantil las recibiera. Al tiempo, escribía narrativa y editaba los poemas de su hermana Sheila. Talleres de ilustración, de títeres, de literatura. Compartir lo aprendido. Empezó también la ilustración de libros aprovechando su cualidad de artista plástica y un día, soñando en grande, emprendió una aventura de 100millones de sucres (para la época, 1995, mucha plata) en la edición de un libro para niños, hermoso, grande, único. 

Al tiempo había formado la Asociación de Diseñadores gráficos y la Asociación de Escritores para Niños. Con esos elementos no tenía más que el camino exitoso y constructivo que ha logrado. Con Girándula y Mantra, tiene casi veinte años de aportar para la Literatura infantil a través de la Maratón de Cuento donde niños, jóvenes, padres y escritores se encuentran en una gran fiesta anual que es imitada en otros países por la dinámica que imprime en un ámbito que pocos se atreven. Los grandes beneficiarios, aparte de los niños y jóvenes son: los escritores, muchos de ellos llenos de la misma pasión que Leonor para formar nuevos y críticos lectores; los editores que comprenden que hay noveles lectores; los libreros que no están abocados a vender chatarra para niños, si no nuevos y hermosos cuentos que desaparecen de los estantes apenas aparecen; los padres que disfrutan por igual las historias y; finalmente, una sociedad más positiva. 

Leonor tiene ahora un nuevo reto: los micro cuentos infantiles. Su nieta, Manuela es su principal crítica y escucha; su cómplice y muchas veces su co creadora. 

Abuela, le dice Manuela, somos lobas. ¿Por qué?, pregunta Leonor. Porqué a ambas nos gusta la luna.

Jennie Carrasco