Luchadoras en su pueblo, han trajinado desde que tienen memoria
Nacieron en Chalguayacu, comunidad de la parroquia Pimampiro; han marcado su huella desde la infancia, lo han hecho a través de unas voces maravillosas que han ido perfeccionándose en el oficio, sin otro ingrediente que no fuera su tesón y su natural convencimiento de que la música es la palabra que llega a su gente.
Privilegiadas en su voz, imitan el sonido de algunos instrumentos musicales, oficio que aprendieron de su madre; tocan varios instrumentos y en su música recogen la enseñanza de quienes las precedieron y llenaron la comunidad con el ritmo de la bomba. Ellas han cantado la vida entera sin ser reconocidas, sus voces son patrimonio que ha deleitado a su pueblo y desde hace más o menos siete años, empezaron a salir a las comunas cercanas y algunas ciudades del país, acompañadas de Ángel Carabalí, que toca el güiro o rasquete, y Santiago Méndez que toca la bomba (tambor tradicional).
Gloria, Rosa Elena y Magdalena Pavón son mujeres afrodescendientes de origen humilde, mayores; dedican su vida a la música porque este tradicional oficio es también un modo de expresión que forma parte de la memoria colectiva. Sin embargo, esta categoría de artistas no les ha eximido jamás de la pobreza ni de sus labores domésticas. Al contrario, todas tienen que aportar con trabajo extra para sostener a sus familias.
A pesar de pertenecer a un entorno donde la música es parte de la cotidianidad, Las Tres Marías —nombre que lo adquirieron gracias a Lindberg Valencia, que cambió su antigua denominación de las Tres Milencas (tomado de una telenovela) por este que hoy identifica también su canto original, pues siempre despertaron la admiración de su pueblo y de quienes las escuchaban— son ante todo madres y seres humanos que bregan día a día con la dificultad y el trabajo.
Gloria de sesenta y nueve años es madre de seis hijos, tiene que dedicar parte de su tiempo a vender tomates los días viernes y sábados en el mercado Copacabana de la ciudad de Otavalo.
Magdalena tiene setenta y tres años, esposo y seis hijos. Desde hace seis años afronta una diabetes que la obliga a trasladarse todos los miércoles a las cinco de la mañana hasta un hospital de Ibarra, porque su oficio de curandera no le alcanza para lidiar con lo suyo; le sirve sí para aliviar el ojeado, para curar espantos, el mal aire, el aventador, y con esos cinco dólares que cobra por tres días de curación con dos sesiones diarias, se ayuda para compra su medicación. Los ingresos, que son pocos, como asistente de partos, abonan no sólo a su economía, lo hace a su reputación en la comunidad. Mujer llena de fe, enseña desde hace veinte años, catecismo para que los niños y niñas de Chalguayacu hagan la primera comunión.
A sus setenta y cinco años, Rosa Elena Pavón no sólo que sigue cantando, tiene también que atender su tienda donde vende especialmente cigarrillos y trago de caña, ingreso que le permite agregar algo al presupuesto familiar. Sus hijos y esposo son igualmente músicos, integran la Banda Mocha de Chalguayacu.
Este modo de vida y su lucha constante no han opacado jamás su ánimo ni su alma de artistas, menos su don para interpretar de manera tan suya un oficio adquirido en la infancia, donde se familiarizaron y entendieron que las hojas de guayaba o de naranjo podían emitir música maravillosa, y asemejar el tono agudo de un clarinete que se fusionaba con sus potentes y límpidas voces.
Los años en escena no han cambiado su talante, siguen ataviadas con sus anillos y pañuelos, cantan sin aspaviento ni remilgos, sus voces salen del alma sin esfuerzo, a veces combinadas de una infinita tristeza que escapa de su mirada, probablemente sin darles tiempo de apoderarse de su ánimo, porque de un minuto a otro, cualquiera de ellas se transforma en trovadora y empieza el juego de amorfinos «de la naranja partida, del limón se hace una sopa, del besito que me diste que dulce quedó mi boca/
joven que quiere casarse no sabe ni trabajar no ves que la vida está dura, de hambre me has de matar».
Los temas de sus canciones, algunos de su autoría, están inspirados en la cotidianidad, en ese ir y venir de protagonistas de un pueblo, como todos, repleto de desencuentros y, cómo no, de alegrías, donde las Tres Marías conviven, anotan y registran, también desde una mirada crítica, el devenir de la gente, por eso sus canciones son también moraleja y reflexión.
Nota. Información compartida por Mingasocial, Comunicación. Diario El Telégrafo. Youtube.
Genoveva Mora Toral
Fotografía: Armando López y Amanda Trujillo
Fuente: Minga Social Comunicación.
2012