Karina Clavijo, profunda y musical
Cuando habla de su cercanía con la cultura afroesmeraldeña, se le ilumina el rostro, su cuerpo todo cobra una postura inusual. Es que tiene una conexión muy especial con los negros. Su padre es esmeraldeño y cuando niña, Karina iba de vacaciones a la casa de su abuelita que tenía un hotel. Esos días eran intensos, vivía fascinada con lo que pasaba a su alrededor. El bullicio de la gente, en la calle, en el vecindario. la musicalidad de su vida, el baile, la alegría, todo ese movimiento lo asimiló desde pequeña, de ahí le viene el amor por la música. El andarele, la salsa, los chigualos. Se suma a eso el gusto por la comida, que es deliciosa, sobre todo los cangrejos azules, preparados con coco.
Este gusto se complementa con la herencia de la familia materna, en la que todos son músicos. No hay duda de que la música está en sus venas. Su madre ha sido cantante de música nacional y latinoamericana, era parte del dúo Fanny y Susana, que logró un disco de platino. Ella se pasaba cantando, la abuela que tocaba bandolín, le hacía las segundas voces. El tío tocaba violín viola, piano, bajo… todos tocaban algo.
Con esos orígenes, lo menos que podía haber hecho la madre de Karina era inscribirla en el Conservatorio Nacional de Música. Entonces hizo de la música su carrera. A los 17 años fue a trabajar en el coro del Consejo Provincial, el coro Pichincha, con la maestra Ceci Tapia, que era la entrenadora vocal. Cecilia Sánchez era la directora, allí obtuvo una formación muy buena. Luego estuvo en el coro Ciudad de Quito, con Magdalena Carbonel, directora cubana.
Su deseo fue indagar, aprender otros ritmos, otras culturas. Y se fue a Brasil a estudiar música afrobrasileña. Regresó y se inscribió en Etnomusicología con Juan Mullo, un gran maestro. Su proyecto consistió en desarrollar música afro. Contactó a Papá Roncón, a Lindberg Valencia. Toda esa fuerza que bullía en ella desde niña, se canalizó, se teorizó y se revalorizó.
Siempre ha compuesto sus propias piezas musicales. A los 25 años fue al festival OTI y clasificó. Lo vivió como un sueño. Continuó aprendiendo y se fue a Colombia a profundizar en el estudio del jazz. Allá se encontró con la marimba, que siempre ha sido para ella una atracción.
En el panorama musical del Ecuador hay muchas fusiones pero esta línea es poco explorada. Por eso Karina se entrega a la composición de nueva música ecuatoriana. Crea canciones con un formato diferente al tradicional y quiere empezar a trabajar con instrumentos de viento.
Tiene algunos discos grabados, el primero lo hizo en Sao Paulo cuando formó parte del grupo La Iguana Azul, que exponía unas letras transgresoras, las cosas dichas claramente, con visión social. En 2001 salió su primer disco en solitario, ‘Libre’. Eran nuevas composiciones de pasillos, yumbos, albazos. En el segundo disco incluyó tradición ecuatoriana y algo de música afro. Tiene un danzante que gano un premio en la Sociedad de Autores y compositores del Ecuador (Sayce) llamada “Guagüita”. Es un arrullo de entierro para bebé que cuenta la historia de una niñita muerta. La cantó en radio pública de Argentina y el conductor del programa quedó sensiblemente impresionado.
Su música, su ser todo, manifiesta una conexión con lo afro y lo indígena, lo costeño y lo serrano. Asegura que lo indígena lo lleva muy dentro y que por eso componer música con sentido indígena le sale muy natural. “Ni siquiera tengo que estudiarlo tanto, como le he oído tanto cantar a mi abuela, siento que lo llevo dentro”. Lo afro, si bien lo conoce desde niña, le ha costo estudiar más porque es un mundo rítmico aprendido, asimilado y se siente también parte de las comunidades afro.
Karina siempre está muy ocupada, estudiando mucho, actualmente termina una maestría en la universidad en Investigación de estudios culturales. Escribe sobre temas de musicología, para ella es importante escribir sobre la música desde la música. Y reflexiona sobre los buenos trabajos hechos por antropólogos y sociólogos sobre la música desde una visión no musical. Ella escribe partituras, registros, análisis de ritmos, contextualización de ritmos de África y América.
Tiene una fuerte tendencia a componer, a jugar. Siempre está componiendo. Toca guitarra, un poco de teclado. Con pasión y entrega toca la marimba, el bombo, las congas y las semillas (guasá). Ahora está profundizando en la percusión para desarrollar sus creaciones. Y compone para marimba. Está trabajando con la banda “Las Damajuanas”, para enseñarles ritmos e instrumentos.
Fue premiada en marzo de 2015 con la Condecoración “Benjamín Carrión” que otorga la Casa de la Cultura Ecuatoriana por méritos culturales. Es ganadora de varios premios de composición otorgados por Sayce y los medios de comunicación.
Le encanta colaborar con otros artistas en sus presentaciones de libros, inauguraciones de exposiciones de pintura. Participa en festivales de cantautoras. Ha cantado con el grupo afroecuatoriano Ubunto, con el que desarrolla muchas actividades musicales.
Y se vienen nuevos proyectos, participó en un taller con el escritor Huilo Ruales para hacer sus canciones desde otro punto de vista. Y como su interés de aprender y los retos que se pone son infinitos, con Areca teatro, está preparando una obra sobre la vida de Violeta Parra. Se ha involucrado en el montaje del libro de Huilo Ruales ‘Edén y Eva’, ella es un personaje que canta. Le gusta la comedia y quiere hacer guiones con este tema, nada que muestre tristeza. En otras ocasiones el teatro le ha invitado para cantar pero ahora quiere estar desde dentro, sentir los textos, experimentando.
Orgullosa cuenta que ganó un fondo concursable con Kimbé, proyecto de investigación sobre los cantores más viejos de Esmeraldas. Entonces estuvo en las fiestas de arrullo, encontró muchos cantores y manifestaciones nuevas. Recopiló cantos, los trabajó, hizo arreglos y grabó un disco con los cantores de recónditos pueblos, es un disco que suena muy bien. El disco de Kimbé recopila cantos de alabaos, que enseñan a aceptar la muerte.
Su sensibilidad ha llegado a tal momento que puede escuchar a las personas, sus sonidos, cada una tiene un sonido distinto, una frecuencia distinta. Y trabaja para sanar, algunas personas son más pegadas a la tierra, otras son más elevadas y eso ella puede escuchar.
Feliz con sus proyectos, reconoce que la queja y la frustración, no están para ella. “Si mi vida tiene una importancia y un valor es cuando estoy en esas cosas, no tengo tiempo para quejarme, ya hay demasiada gente que se queja”. Y le da valor a todos sus actos: “si tú mismo no le das el valor…”, reflexiona y afirma que vive la vida muy al día y valora cada segundo, cada persona que conoce, cada instante que vive… todo eso desde su ser ahora más espiritual. “Me importa mucho el pasado, y también me importa el futuro, limpiar para que las generaciones futuras vengan con otra cosa”.
Jennie Carrasco

Fotografía: Andrea Clavijo Aguirre
Sala de la Fundación Mandrágora Artes Escénicas
Quito, 2017