Jennie Carrasco

Los sueños de la adolescente ambateña que llega a la capital tomaron forman a través de los libros, de ellos nace el descubrimiento de la palabra y la escritura, también el reconocimiento, cuando gana su primer concurso de cuento colegial.

Jennie Carrasco, como tantas otras mujeres que asumieron la vida adulta a temprana edad, hace de la noche su cómplice para borronear y dar forma a los sentimientos. El papel es muchas veces el receptor de sus frustraciones de mujer con recónditos deseos de conocer más allá de su pequeño mundo doméstico.

Sin dejar de anotar que es Miguel Ángel Asturias quien marca un momento en su ruta, porque precisamente después de leer El señor presidente, recibe el impulso para escribir su primer cuento, cuyo nombre no logra acordarse. Hay una circunstancia en la vida de esta narradora y poeta que la emparenta con algunos de los escritores y escritoras de su generación: el taller literario dictado por Miguel Donoso Pareja, la puerta que se abre a la intensidad del mundo; su necesidad de conocerlo se transformó en pasaporte para explorarlo, viaja a un país que le brinda innumerables vivencias y acumula material para su primera novela, “la novelita” como ella la denomina, Viaje a ninguna parte. 

En ese periplo también se afirma en su oficio de observadora, entendió y reconfirmó tantas cosas que siempre habían estado cuestionando su existencia, principalmente la inconformidad con un sistema extremadamente inequitativo y violento. La escritura de sus diarios, que por cierto han ido creciendo, “tienen ya otro tono”, dice ella, ha constituido un ejercicio previo a la formalidad literaria, que al inicio estaba más bien volcada a la narración, en cuentos como La diosa en el espejo, Cuentan las mujeres, mujeres, La certeza de los presagios, entre otras. Porque el título de poeta se lo gana gracias a un amor que la llevó a desplegar su vena poética, reconociendo que los primeros versos “un poco cursis”* afloran en la intensidad del enamoramiento, y pausadamente van adquiriendo poesía, que se concreta en Arañas en mi vestido de seda… 

Transcurrieron los tiempos, llegaron los premios, pero tuvo que suceder algunos libros y mucha tinta para “dejar de ser una sombra de mí misma” y asumirse como escritora, título que cree haberlo obtenido con Confesiones apocalípticas.

Disfruta profundamente en los talleres que imparte y confirma que la poesía logra entregar y descubrir sensaciones en la relación con sus alumnos y alumnas. Igualmente afirma: “Cada poema que termino, cada cuento, son orgásmicos”,* tienen la intensidad y el poder de hacerla sentir feliz, de llorar por cada personaje que cumple su ciclo.

No tiene trazada una meta, pero sabe que cuando no tenga que trabajar tanto en lo terrenal, va a escribir más. Saborea pensar que las mujeres que atraviesan su narrativa sean conocidas por más gente. Que su poesía marcada por la resistencia a los dogmas se configure como la posición política de una mujer libre, que ha logrado hacer una vida como ha querido y se siente feliz con eso. “Y sé que mi relación con el mundo es de resistencia”.*

*Entrevista Genoveva Mora

Fotografía: Guillermo Granja
2000