Dolores Veintimilla

Aunque todas la biografías la nombran con un de, en esta galería omitiremos la preposición en honor a la mujer autónoma, sobre todo en el plano intelectual y vital. Su propia historia prueba que lo fue, tan dueña de su vida que supo hasta cuándo la quería consigo.

Dolores nace con la República, su andar por el tiempo es también complejo. Siempre persiguió satisfacciones que agrandaran su saber, luchó por plasmar su identidad; entendió y se manifestó en contra de la miopía social y la exclusión.

Como casi todas la mujeres de su época, contrajo matrimonio tempranamente y es ahí donde se da su primer gran desencanto. “¿Por qué tan pronto la ilusión pasa?”. Sus inquietudes intelectuales y su sensibilidad no tienen espacio en la vida de pareja y termina sola… “hoy no hay mentira que mi dolor temple, murieron ya mis fábulas soñadas”.

De su vida queda, principalmente, la imagen de la mujer romántica que terminó con su vida porque no pudo con tanto dolor. Sin embargo podemos imaginar el retrato de una mujer joven, llena de ilusiones como toda señorita de su tiempo, “¡era feliz! y pensaba que nunca se agostarían esas flores ni se apagarían esos astros!…”. 

Fue responsable como esposa y madre, pero cargada de cuestionamientos respecto a la existencia, a la inequidad social, al amor; y con todo un mundo interior bullente y apasionado, incontenible, que fue tomando forma en la palabra escrita.

Probablemente podría concluirse que Dolores Veintimilla no logró, en su momento, posicionarse como sujeto frente al orden patriarcal establecido y dominante, pero sí alcanzó a inscribir su posición en la historia, no solamente literaria.

Dolores se enfrentó a una sociedad cuencana miope, cerrada y muy conservadora. Mas, curiosamente, fue admitida como miembro de la ‘Sociedad de aprendizaje literario’, otorgándole un privilegio que estaba instituido para los hombres, que despertó, a más de la admiración de sus colegas, murmuración y envidia que la señalaban como libertina, pues rompía con el canon femenino de la época.

Su actitud de individuo con una perspectiva política e intelectual se reafirmó en la actividad diaria, en su convocatoria a intelectuales y artistas a compartir la literatura, a hablar y reflexionar sobre ella y, como ocurría en esas tertulias, a debatir también de política. Podemos verla entonces desempeñando un papel que, socialmente, estaba destinado a los varones, es decir, que conscientemente habitaba un lugar de resistencia ante las estructuras sociales imperantes.

Sin duda, su mayor acto de rebeldía fue la defensa de Tiburcio Lucero, el indígena condenado a muerte, suceso que la lleva a circular la famosa Necrología, en un intento por sacudir las conciencias del poder, abogando por la igualdad y condenando la pena de muerte; decisión que le costó demasiado cara.

A pesar de que su obra incluye apenas una docena de poemas y algo de prosa, hay críticos que la ubican entre los precursores de la poesía romántica ecuatoriana. Pero más importante que cualquier tipo de clasificación será siempre la revalorización de este ser humano, cuyas preocupaciones fueron más allá de lo evidente, y de una obra lo suficientemente importante que ha trascendido en la literatura de nuestro país.

Genoveva Mora Toral