Arte en el sur: el trabajo de Clara Bucheli
Clara Bucheli es joven, pero ha recorrido mucho. En 1990 empezó su educación en un curso en Cinecittà, en Italia; posteriormente con el grupo de danza folclórica Libertad andinay con César Carmignani se formó en actuación para cine y televisión. Su educación teatral, al contrario de su formación en artes plásticas, que la realizó en la Universidad Nacional de las Artes (actualmente UNA, en el momento en que Clara estudió ahí se la conocía como IUNA), en Argentina, fue informal, discontinua, pero no por eso menos rigurosa. Trabajó con maestros como Ramiro Pérez, Lupe Machado y Annie Rosenfeld. En la Compañía Ecuatoriana de Teatro trabajó bajo la dirección de Ramón Serrano, con quien, hasta 1997, se entrenó en actuación cómica y satírica, interpretando comedia clásica.
Estuvo también en el Colegio de Artes, donde se relacionó con la performance, la juglaría, la música, las artes plásticas y el teatro. Poco a poco fue comprendiendo que su práctica artística estaría atravesada por la multidisciplinariedad, por un trabajo orgánico que no se centra en un lenguaje específico sino que acude a todos los registros necesarios para alcanzar una enunciación completa y movilizadora. Asimismo, trabajó con Adriana Oña en el taller de artes escénicasLos saltimbanquis. Con ella, se adentró en el mundo de los títeres, el teatro infantil y, sobre todo, en la articulación del arte con su poder pedagógico. Fue entonces cuando comenzó a vincular el trabajo social con el arte, y a comprender que ambos mundos, en su práctica, no podrían separarse nunca.
En el año 2000 ingresa al Teatro del Cronopio, basado en la estética gestual e inspirado en la línea pedagógica y artística de Jacques Lecoq. Ahí, además de adentrarse en la actuación gestual, la comedia del arte y el clown, conoce a su actual pareja, Claudio Peña, con quien crea el proyecto artístico Salacalley con quien iniciaría un viaje de descubrimientos y aprendizajes invaluables. Este viaje, que los llevó a los rincones más lejanos de Chile y Argentina, los puso en contacto con el teatro de la calle. Además, fueron a colegios, centros culturales y escuelas. Continuó su formación con maestros como Víctor Quiroga y Andrés del Bosque y siguió expandiendo los límites de sus intereses estéticos adentrándose en la acrobacia, el teatro-circo, los tambores. Ya instalada en Buenos Aires, ingresó al IUNA y se formó en Psicopedagogía en arte, acentuando así la transversalidad de sus intereses artísticos, ya que esta carrera aúna el psicodrama, las didácticas de educación artística, las tácticas de creatividad, la psicología del arte, el arte-terapia en relación con una sólida fundamentación teórica de la producción artística.
En Argentina, además, pudo especializarse en lo que se convertiría en uno de sus caballos de batalla: el arte y su relación con la salud mental; se acercó al Hospital Psiquiátrico Borda, bastión de resistencia y dignidad en el que los pacientes luchan día a día por no ser despojados del mínimo aceptable de calidad de vida, de sus medios de terapia no tradicional, de sus espacios creativos. En este punto, el trabajo de Clara toma un tinte político: se convence de que el arte es un medio insoslayable para mejorar la vida de personas en estado de vulnerabilidad, personas precarizadas por el Estado y la sociedad en su conjunto. La formación sigue su curso en el célebre Centro Cultural Ricardo Rojas (dependiente de la Universidad de Buenos Aires) y en el Instituto de la Máscara, dirigido por Elina Matoso y especializado en el diseño psicodramático y pedagógico.
Vivió seis años en Buenos Aires y cuando volvió al barrio de Santa Rita, al sur de Quito, sintió que algo le faltaba, que toda esa vida cultural y artística de la que disfrutó en el Cono Sur ahora era un vacío que se le hacía cada vez más incómodo. Entonces, el mismo espíritu que la llevó a irse para aprender, la llevó a emprender para no esperar que las cosas pasen, sino hacerlas ella misma. Así, creó el Festival Internacional de Arte Al Sur del Sur: nuevos espacios, nuevos públicos, que se propone abrir nuevos espacios de interacción artística enfocados en grupos de atención prioritaria, como trabajadoras sexuales y sus hijos, pacientes psiquiátricos y otros sujetos marginalizados. La primera edición del Festival (que ya lleva once años vigente) consiguió financiamiento de Iberescena, pero la mayor parte de la sostenibilidad del proyecto se basa en la gestión incansable y el trabajo duro de la Corporación Salacalle. Su objetivo es, entre otros, poner en contacto a grandes maestros del arte vinculado con la salud y la educación con sectores poco relacionados con el mundo artístico debido al abandono del Estado y la precariedad de las condiciones socio-económicas.
En esta estela, el Festival ha traído a grandes referentes en el área, como Alberto Saba, Aurelia Chillani, Mónica Groisman, Alfredo Moffatt y Gema Álava, entre muchos otros. Ellos han visitado el sur de Quito (el sur del sur) para ponerse en contacto con gestores, artistas, trabajadores sociales y con sectores precarizados de la población para pensar en conjunto vías de trabajo que permitan un mejoramiento de la calidad de vida. Esta lucha es, sin duda, una lucha política. Clara ha golpeado muchas veces las puertas de los políticos, que asignan inmensas cantidades de dinero a la compra de fármacos (dinero para las grandes compañías farmacéuticas), pero que no están dispuestos a invertir en terapias artísticas que han demostrado sobradamente ser eficaces para personas con condiciones neurológicas particulares o en situaciones de vida precarias.
Pero Clara y Salacalleno se detienen. Trajeron Ecuador una noción ampliamente conocida en otros países de América Latina: la desmanicomialización, que pretende quitar el estigma patológico que pesa sobre pacientes psiquiátricos y, en cierto sentido, les arrebata humanidad. A través del arte, de la danza comunitaria, del teatro, del movimiento terapéutico, Clara apuesta fuertemente y con todo el cuerpo a llevar a los olvidados y las olvidadas del Estado y la sociedad un mundo que no los discrimine y que les permita soñar los sueños que les robaron: trabajo incansable y profundo que ocurre al sur del sur, donde muchos prefieren no mirar.
Daniela Alcívar
Fotografía: JOAP
Obra: Suerte o Tripa, solo de mujeres
Quito
2016
Intérpretes: Andrea Brito y Clara Bucheli