Araceli Gilbert, entre la geometría y el color
Araceli Gilbert Elizalde fue una artista innovadora y pionera en el movimiento pictórico ecuatoriano de los años cuarenta. En la Academia de Bellas Artes de Chile, empezó con un “objetivismo limpio y abstracto”, para continuar perfeccionando su arte y llegar a obras como “Composición de máscaras”, con formas simples y un concreto uso del color. Armó un diálogo con la geometría en un momento en que en Ecuador y América Latina la tendencia hacia el realismo social era muy marcada. Ese fue un aporte fundamental para el arte en Ecuador, junto con Mauricio Bueno, Luis Molinari y Enrique Tábara.
Estudió en Guayaquil con Hans Michaelson, profesor de arte venido de Alemania. La familia Icaza, cuyo abuelo había sido ministro plenipotenciario en Berlín consiguió que el profesor Michaelson viniera en los años 40 y con él se creó la escuela de Bellas Artes donde estudió Araceli. Luego estudió a Nueva York y, ya con experiencia, viajó a París donde se unió a la Escuela de París, trabajando bajo la influencia de Auguste Herbin, uno de los creadores del grupo Abstraction-Creation, una asociación de artistas abstractos formada para contrarrestar al surrealismo y fomentar el arte abstracto. Francia marcó su vida. Marcia Gilbert, su sobrina que vivió con ella de niña, recuerda que ese fue un punto muy importante en su vida artística “porque en París se codeaba con pintores de mucho prestigio y pudo exponer en galerías de arte de gran renombre. Ella siempre muy intensa, ahí abrazó totalmente el arte abstracto, geométrico y lo cultivó hasta el final de su vida”.
Su obra tiene que ver con la propuesta rusa del constructivismo, con predominio de la tridimensionalidad y las líneas inclinadas, motivos abstractos, formas geométricas y lineales, que marcan distancia de lo que se hacía entonces en Ecuador. En la Universidad de las Artes, en Guayaquil, existe una cátedra en la que se trabaja a partir de la obra de Araceli para que los estudiantes la conozcan, valoren y estimen a esta figura primordial del arte ecuatoriano.
Con su técnica y su expresión enriquecidas y refinadas, a partir de la integración de color y forma, consiguió el perfecto equilibrio en su obra. Cuando regresó al Ecuador, expuso por primera vez en Quito, en 1959. Su presencia conmocionó al medio cultural pues traía aires nuevos y retadores para las artes del país. En 1960 asistió al IV Salón de Octubre en Guayaquil, y al año siguiente al “Mariano Aguilera”, allí su obra fue ponderada y reconocida. “Composición Sobre Blanco” y “Formas en Equilibrio” (1961) y “Réquiem por Sydney Bechet” (1963), son obras principales de esa época. Su ritmo y su color fueron una energía renovadora del arte ecuatoriano.
El crítico de arte Lenin Oña, reconoce que Araceli perteneció a una generación en la que ser artista, pintor o escultor, era extraño, y doblemente para las mujeres, al comienzo del siglo XX. “Su estilo no se parecía para nada a los estudios de los pintores. Logró en pocas obras un rigor, una capacidad de expresión de ideas artísticas como pocos artistas lo han logrado”. La describe como un hada madrina que abrió las puertas de la modernidad.
Araceli pintaba oyendo música y muy concentrada. Con una gran sensibilidad para todas las formas de arte, apreciaba la literatura, la música, el jazz, la música barroca. Sus ideas, sus conversaciones eran siempre muy ilustradas, le gustaban el cine arte y los conciertos. En la voz de su sobrina Marcia, aunque Araceli es una figura cosmopolita, sentía sus raíces muy ecuatorianas, muy “monas”, muy de Quito también, pero era una mujer global, universal. Podía apreciar las culturas china, árabe, japonesa, norteamericana; admiraba a los grandes pintores, los grandes museos. Hablaba varias lenguas. Tuvo momentos de felicidad, de pena, de tragedia (perdió a su madre muy jovencita). Después fue muy feliz con Rolf Blomberg, escritor y fotógrafo, con quien vivió una temporada en Suecia, donde también expuso su obra. Luego vivieron en Ecuador.
Mujer sensible con las causas sociales, sus amigos eran intelectuales y políticos de izquierda, como Lucha Gómez De la Torre, Nela Martínez, una de las primeras mujeres líderes indígenas, Dolores Cacuango. Frecuentaba a Olga Fisch, líderes indígenas la invitaban a sus casas, al igual que pintores y escritores. Tenía una personalidad muy intensa, era afectuosa, solidaria. Su sobrina Marcia la recuerda como una persona que no tenía gustos burgueses, “sus gustos eran abstractos, artísticos, hasta los platos para comer y la forma de distribución de los alimentos en el plato debían tener una simetría”.
Con su primo Enrique Gil Gilbert y su esposa Alba Calderón, Araceli formó parte de la élite intelectual guayaquileña, y fueron parte activa de la Sociedad de Escritores y Artistas. “Los Gilbert siempre fueron así, científicos, escritores. Como su primo Enrique, ella fue producto de una época y de una familia: con su personalidad muy independiente y al mismo tiempo una extraordinaria sensibilidad con los niños, con las minorías”, afirma su sobrina Marcia quien recuerda que su tía era muy directa: cuando algo no le gustaba en la familia, lo decía sin tapujos, las reuniones eran fascinantes pero controvertidas. Y al final, su vida fue triste, sentía que estaba perdiendo sus fuerzas, que llegaba la vejez, la decadencia. A veces se la veía como una persona muy débil, agobiada, acongojada, y de repente sacaba una fuerza de huracán para hacer lo que ella quería.
Desde su sensibilidad, admiraba y leía la poesía universal y latinoamericana, sobre todo Neruda y los poetas centroamericanos. Era una “esponja”, absorbía y procesaba. Estaba atravesada de arte por todas partes. Hasta el último detalle de su vida, lo que se ponía, cómo se expresaba.
Marcia es testigo directo de una parte importante en la vida de Araceli pues cuando sus padres se separaron –ella tenía 9 años-, se fue a vivir con su tía. Vivió con ella en Guayaquil y en Quito, en el barrio La Floresta, durante un período muy interesante “porque la tía era muy cariñosa, muy maternal y al mismo tiempo era muy original, sus creencias políticas, su pintura…”.
Por influencia de ella, Marcia estudió en Francia. Cuando regresó, ya como adulta, tuvieron un reencuentro enriquecedor. Ella heredó sus amistades, conoció a Manuel Rendón y su esposa Paulette. Asistía a las famosas tertulias de Miguel Icaza, a las cuales iban todos los grandes artistas y músicos, en el Centenario se reunían todos los domingos por la tarde, a discutir sobre arte, política, música.
Con Rolf Blomberg, el esposo de Araceli, Marcia tuvo una relación maravillosa, “no puede haber habido mejor persona en el mundo. Caballero, tierno, era un encanto. Preocupado de ponerse en tu lugar, contarte sus aventuras, con su gran sonrisa franca. Creo que fueron muy felices, él era pacífico, estable, la tía era más explosiva pero se complementaban maravillosamente”. A ella le encantaban las películas, los libros, las aventuras, las cosas que el traía de sus expediciones, y a Rolf le encantaba lo que ella hacía. Le dejaba a ella hacer su arte libremente, no era un marido acaparador.
Quienes la conocieron, la describen como una persona que tuvo una vida muy plena, interesante y curiosa. Fue una persona auténtica, una mujer muy independiente que hizo lo que quiso, que aportó mucho a las artes del Ecuador y América Latina.
Jennie Carrasco
Fotografía: Catherineau Lille
París, 1955