Andrea Vela

Andrea Vela y el espíritu de la música

A los 4 años ya asistía a los conciertos de la Orquesta Sinfónica Nacional del Ecuador, en el Teatro Sucre de Quito. Fue en aquellas visitas a la Sinfónica cuando se enamoró del violín. “Me encantaba su forma, su timbre y su manera tan imponente de llevar los temas musicales por toda la orquesta”. Desde muy niña manifestó su serio deseo de dedicarse profesionalmente a la música. A los 7 años ingresó al Conservatorio Nacional de Música de Quito. Practicaba el violín con puntualidad y asistía a sus clases de música. El Conservatorio era su oasis, mientras que el colegio le resultaba “deprimente y poco motivante”. A las 2 de la tarde terminaban las clases y emprendía el largo viaje hasta el conservatorio. Aprovechaba el viaje para dormir pues no tenía tiempo para almorzar o descansar.

A los 16 años ingresó como violinista a la Orquesta Sinfónica Nacional del Ecuador. Luego de un año viajó a Estados Unidos e ingresó a la Universidad de Louisville en Kentucky, donde estudió la Licenciatura en especialidad Violín, con el profesor Michel Samson. A los 20 años dirigió un grupo contemporáneo de la Universidad de Louisville. Era la única estudiante de dirección y las obras del departamento de composición las dirigía ella. Después viajó a Connecticut donde estudió en la Universidad de Hartford con el reconocido profesor de dirección orquestal, Harold Farberman.

Cuando tuvo algo de experiencia, comprendió que la dirección de orquesta era su vida. En el año 2002, obtuvo la Beca de Estudiante Extranjera Sobresaliente y viajó a China, con el gran maestro Zhang Guoyong, en el Conservatorio de Música de Shanghai, considerado el mejor de Asia. Su experiencia en China, afirma, fue una de las experiencias humanas y artísticas más bellas y exigentes que ha vivido. El ambiente en el Conservatorio era muy competitivo y fue esencial fortalecerse y surgir.

La familia de Andrea está compuesta por destacados médicos, sin embargo, creció en un ambiente muy musical. Su mamá “tarareaba” Wagner o Rossini, mientras movía las manos como si estuviera dirigiendo una orquesta. Su padre disfrutaba de Vivaldi, Mozart, Bach, Beethoven y le encantaba hablar sobre los diversos estilos, contaba poesía y dibujaba en su mente paisajes inspirados por la fuerza musical. Su hermana bailaba el Lago de los Cisnes de Tchaikovski y Andrea tocaba el violín en un instrumento hecho de cartón. Y dirigía la orquesta que surgía de un disco de vinilo que daba vueltas y vueltas sin fin. Su hermano se inclinó por la producción musical y la composición.

Andrea afirma que su familia ha sido fundamental en su formación artística. “El aplauso más emotivo y fervoroso ha surgido de sus manos generosas. Pienso que cada uno de ellos ha bendecido mi carrera con su amor, ejemplo de trabajo, excelencia profesional y apoyo incondicional”.

La música siempre trae resultados gratificantes. A través de ella, Andrea ha descubierto nuevas culturas, ha aprendido varios idiomas, valora las manifestaciones artísticas tradicionales en canto, danza e interpretación de instrumentos autóctonos. Ha podido descubrir muchas partituras y darles vida a través de orquestas nacionales y extranjeras. “Junto a la música he logrado descubrirme y entenderme. Podría decir que mucha de la estabilidad que tengo en el podio viene de ese reencuentro con mi propio ser”.

Compenetrada con los músicos académicos, se refiere a lo que le impacta y conmueve de ciertos compositores: el brío y heroísmo de Beethoven; la inmensidad y desventura de Gustav Mahler; la nostalgia clásica de Johannes Brahms; el sarcasmo de Dimitri Shostakovich; la transparencia de Jean Sibelius y el canto salvaje y rústico de Igor Stravinsky.

“La dirección de orquesta hay que seguirla sin atajos”, le dijo el afamado director de orquesta israelí Yoel Levi, al finalizar un seminario al que asistió. Y ella comprende que dirigir una orquesta es maravilloso, siempre y cuando se tenga la preparación académica y sicológica requerida, si no, la experiencia podría ser amarga. “Me resulta interesante y emocionante poder aprender una partitura a través de una orquesta. Es genial ese primer contacto con una composición musical: investigar, descifrar, interpretar, analizar cada una de las notas escritas. Es hermoso llegar a la comprensión profunda de un cuadro de sonidos y luego transmitirlo a la orquesta. El contacto con los músicos es muy especial; lograr lo mejor de cada uno de ellos, verlos motivados en los ensayos y conciertos, sentir al público conmovido con el resultado artístico; todo esto junto es quizás uno de los regalos más grandes que un director puede tener”.

Al dirigir una orquesta siente una gran responsabilidad por llevarla a su más alto nivel interpretativo y artístico. “Siento verdadera satisfacción al ver a mi público conmovido por la buena música que ofrecemos. Siento felicidad cuando veo a mis músicos felices. Dirigir una orquesta es un sueño cumplido”.

La composición le parece interesante pero la deja para más adelante pues la dirección de la Orquesta Sinfónica de Loja, la docencia en el Conservatorio Superior Salvador Bustamante Celi, la planificación, administración y compromisos con otras orquestas la tienen muy ocupada.

En el Conservatorio Superior Salvador Bustamante Celi de Loja, Andrea se siente contenta pues es un nuevo reto que implica una fuerte demanda a su rutina de trabajo. Dirige la Banda Sinfónica del Conservatorio Superior, da clases de música de cámara y de dirección orquestal. “La sensación de poder compartir conocimientos, tiempo y experiencias con jóvenes talentosos, es maravillosa y muy gratificante”.

Para Andrea, la música ha sido testigo de grandes alegrías y satisfacciones y ha sido la causa de fuertes luchas, aislamientos y sacrificios. Se ha convertido para ella en un motor para seguir caminando y para continuar dejando huellas. “Es un lenguaje profundo y abstracto que surge desde lo más íntimo de una partitura. Es el vínculo entre lo tangible y terrenal y el más allá. Es casi una razón de vida y estará hasta cuando yo esté. La música es uno de mis primeros recuerdos de vida y espero que sea el último”.

Jennie Carrasco

Fotografía: Ted Lane
Quito, 2011