Ana Miranda

Ana Miranda, militante de la vida

Guayaquileña, hija de Ana Moreno, una feminista revolucionaria, que luchó junto a Nela Martínez, y de Jorge Miranda, cantor, músico, bohemio, quien falleció en una revuelta callejera a causa de una bala perdida. Heredó de su padre y su madre la sensibilidad artística y el espíritu de lucha por la justicia social.

Ana bailó desde pequeña. Estudió ballet clásico en la Casa de la Cultura Ecuatoriana, Núcleo del Guayas. Vivía en el barrio Las Peñas, emblemático sector de arquitectura colonial, desde donde se observa el manso Guayas, y donde vivieron importantes personajes de la historia del país. Se enamoró muy joven, se casó a los 14 años, con Atilio Tutamanti, A los 15 años fue madre: tuvo una hija, Martha y un hijo, Daniel. Martha falleció hace algunos años y eso la afectó bastante.

Durante mucho tiempo se dedicó a la danza clásica, luego experimentó con la danza contemporánea. Le gustaban las posibilidades de expresión de esta escuela. En el campo de la danza, tuvo una carrera destacada. Fue profesora en el Instituto Nacional de Danza, donde llegó a ser vicerrectora. Allí se desempeñó más como profesora que como intérprete.

Se separó de su primer esposo y llegó a Quito, en una gira artística. Allí conoció a Jorge Vivanco y se casaron. Juntos estuvieron en Chile y colaboraron con el gobierno de Salvador Allende, trabajando en el área cultural, y ofreciendo sus servicios voluntarios en el gobierno. En Chile, Ana se desempeñó como bailarina. Con el golpe militar, alcanzó a salir del país, casi enseguida y Jorge se quedó un tiempo más. Cuando regresó, los dos trabajaron en el gobierno de Jaime Roldós, en el tema de cultura. Vivió más de 30 en Quito y ya no quiso regresar a Guayaquil.

Con su esposo, tuvo una buena experiencia de trabajo en Esmeraldas donde formaron grupos de danza y teatro, y participaron con Petita Palma y Antonio Preciado. Ana siempre estuvo maravillada por la plasticidad y el aire de la gente negra para bailar. Pensaba que son privilegiados en su constitución física, muscular. Era admiradora ferviente de los bailarines de Esmeraldas.

Hasta que llegó el momento en que a Jorge le picó el bicho del cine. Entonces, comenzaron con pequeñas obras hasta que llegó ‘Chacón Maravilla’. En esta película le dio todo el apoyo, era vestuarista, productora, compradora de colas, chofer y actriz. Fueron los primero pininos de Ana en la actuación cinematográfica. Se destacó igualmente en ‘Mi tía Nora’, de Jorge Prelorán, en la que actuó con Isabel Casanova.

Luego se hicieron las producciones ‘Volard’ y ‘Tequimán’. Después de esta experiencia se inició en el teatro, cuando comenzó con Toty Rodríguez, en ‘Una loca estrella’, obra de teatro de Pedro Saad. Con Mario Sastre hizo un par de comedias, una de ellas ‘Vamos a contar mentiras’. Luis Miguel Campos la invitó a trabajar en la obra ‘La mierda’. Con Jorge Matheus actuó en ‘La ardiente paciencia del cartero de Neruda’, con una hermosa puesta en escena que cuenta la historia de Neruda en Isla Negra. Se realizó un producto muy conmovedor.

Dedicada enteramente a la actuación, dejó la danza clásica. Y continuó con la política, militando en movimientos de izquierda. Salió de ellos por un tiempo y decidió no volver a militar, pero regresó. Volvió a abandonar la política, asegurando que no iba a volver, pero su necesidad de lucha por el pueblo la llevó a participar nuevamente, y regresó. Estaba convencida del proceso y continuó en su trabajo, políticamente movida a entregar su energía y sus actividades a las causas sociales.

Participó en muchas producciones para la televisión ecuatoriana. Así, fue reconocida por papeles en series como “Pasado y confeso”, “Dejémonos de vainas”, que le generaron reconocimiento en el medio artístico y popular.

Su participación actoral fue reconocida en el largometraje “Cuando me toque a mí’, de Víctor Arregui. La última película en la que actuó fue “Prometeo deportado”, de Fernando Mieles. Entonces comenzó con dolor en la rodilla, causada por artrosis en la cadera. Para una mujer tan activa, tan vital verse reducida en su movilidad, fue muy doloroso. Decidió operarse luego de haber cumplido los 80 años. Pero su estado de salud se complicó y no logró salir. Fue una penosa pérdida para el cine y el teatro del Ecuador.

Además de actuar le encantaba escribir. Quedan sus escritos, sus cuentos inéditos. Su hija Manuela cuenta que no era muy buena en el uso de la tecnología y se le borraban textos. Pero algunos han sido recuperados y, en algún momento, Manuela editará esa información y publicará esos cuentos que están muy bien escritos.

“Mi madre era una mujer de mucha fuerza. Sus amigos la recuerdan diciéndoles que estén vivos, que salgan, que no se dejen. Mujer muy fuerte, militante de la vida”, así la veían todos. Esa fue la imagen que transmitió a su hija Manuela. Ella cuenta que Ana muchas veces era sobreprotectora, pero en otros aspectos permisiva. “Esa loba para defender sus causas queridas, tenía un corazón muy dulce conmigo. Me cuidaba, me mimaba”.

Y cuando Manuela tuvo su hija Ana Canela, la niña fue la adoración de su abuela. Le dedicó sus últimos dos años en cuerpo y alma. El amor por la nieta la mantuvo a flote. “Canela era el orgullo de su abuela”, anota Manuela. Hasta ahora la niña dice que su abuela se convirtió en Luna. A veces mira por la ventana y habla sola. “¿Qué haces Canela?”, le pregunta su madre. “Estoy conversando con mi abuela”, responde la niña. Seguramente hablan las dos, abuela y nieta, desde sus corazones conectados, desde la sensibilidad y la cercanía con la Luna.

Manuela se refiere a lo fuerte que era su madre. “Ya flaca, párate, vámonos”, la conminaba a moverse y actuar. Y ella también tiene una personalidad fuerte… y el corazón blando. “En muchas cosas, me parezco a ella, pero ya quisiera parecerme un poquito más. Siempre tuvo ese espíritu guayaquileño, era muy fina, mantuvo el acento muy marcado, no decía malas palabras”.

Con un dejo de tristeza Manuela recuerda cómo apoyaba la cabeza en las piernas de su mamá, ella le masajeaba la espalda, la hacía sentirse tranquila y protegida. Se sentaban en la tarde a tomar el té conversando, fumando. Cuando estuvo en el hospital, decía que era paciente ambulatoria porque deambulaba por todo el hospital, para terminar en la cafetería, a donde iba a tomar café y a fumar. Siempre hizo lo que quiso. Su muerte ha sido muy dura para todos.

Jennie Carrasco

Fotografía: Vicente Gaibor
Película Prometeo Deportado
Director Fernando Mieles
Quito, 2010