Pertenece al pueblo kichwa Otavalo. Canta y baila desde pequeña. Viene de una familia muy musical. Su padre, José Manuel Cachimuel, decidió iniciar en la música a sus nueve hijos y dos hijas, como un modo de vivir y de acentuar su identidad. Les formó para hacer de este su proyecto de vida. Ana tocaba el bombo a los cinco años, cantó, bailó, desarrolló su sensibilidad hacia la música.
Ahora que tiene cuarenta años y dos hijos, sabe que ha caminado en firme y también sabe que su larga trayectoria en la gestión cultural de algunos proyectos relacionados con la música, sigue teniendo retos y trayéndole satisfacciones.
Después de 15 años de vivir en Boston, Ana y su familia regresaron a Ecuador porque querían que sus hijos crezcan en el ambiente de las raíces, de la identidad. Viven en Otavalo, en el barrio Monserrat. Su hija y su hijo aprenden a sembrar, a hablar kichwa, a relacionarse con personas de las dos culturas, mestiza (su esposo es mestizo) y kichwa. Ana no quiere que sus hijos sean discriminados como ella que creció en una sociedad muy racista, en la que ni siquiera les permitían hablar el kichwa. Ella defiende esa vida musical, ese espacio de sensibilidad y arte que quiere heredar a sus hijos.
Muy activa y dinámica, está feliz creando constantemente proyectos, buscando enlaces, auspicios, considerando que todos los artistas son gestores, si no, no funcionaría el proyecto.
Su padre y su madre siempre han estado presentes, guiándoles en el crecimiento musical y humano. “Cantar y bailar no es solo hacer divertir a la gente sino llevar la voz de los pueblos a diferentes países, espacios o comunidades donde nos permitan cantar”, dice Ana, mientras sus ojos miran intensamente desde su alegría y complacencia al ver proyectarse su trabajo.
Manteniendo sus raíces kichwa Otavalo, considera que el pilar fundamental para desarrollar sus proyectos de canto, danza, artesanía y otras actividades culturales, es la familia pues es la que tiene una permanencia larga. Por eso, con alas abiertas, Yawar Wawki (Hermanos de Sangre), la casa cultural en Otavalo, acoge a Yarina, el grupo de música de la familia; organiza el festival de mujeres cantautoras; cuenta con un programa de radio, una escuela de instrumentos musicales, y otros proyectos de extensión de la música. Es una casa que acoge y que inventa proyectos para seguir viviendo con el arte.
Yarina música y danza, es la manifestación de una trayectoria artística de muchos años. En Estados Unidos, donde afinaron su trabajo musical, la familia presentó obras como la Trilogía de música, danza y video: Nuestro norte es el sur, Subiendo al sur y De sur a sur. Se presentaron en el Museo del indio americano, el Kennedy Center, el Lincoln Center, Broadway, en escuelas, colegios y universidades.
Yarina crea todas sus canciones en kichwa, pues para ellos es importante revivir a este idioma “que estaba muriendo en cierto momento y que necesitamos darle más agüita para que siga viviendo”.
En Yarina, Ana es quien coordina los proyectos. Es vocalista y forma parte del elenco dancístico. Los once hermanos participan en toda la propuesta. Para los montajes de danza invitan compañeros de fuera. Todos los proyectos familiares están relacionados con la música. “Yawar Wauki Yarina” es una colección de temas de su padre que hizo sus creaciones propias cuando era dirigente de las comunidades. Como homenaje a él y su trabajo con las comunidades Yarina ha recopilado sus canciones que hablan de la realidad de la cultura kichwa en esta sociedad.
El Festival de Mujeres Cantautoras es gestionado independientemente, muchas mujeres de todo el país participan. Ana organiza la segunda edición a la que asistirán mujeres cantoras de algunas ciudades y de otros países. En el marco de la música, se realizarán, durante una semana, talleres, conferencias, ferias de artesanías y de comidas, lecturas de poesía. “Queremos abrir ese espacio para todas las mujeres en los diferentes trabajos que hacemos en la sociedad. Seguir abriendo puertas para que tengamos nuestra propia voz y una historia que contar”.
Muy activa y con entusiasmo, Ana hace producciones interculturales bilingües para radio, como otra forma de afirmar la identidad. Sinchi warmi rimay, Mujeres que hablan de frente, es su programa de radio, en el que, a través del trabajo con mujeres hacer conocer la cultura kichwa ecuatoriana. Es un campo para las mujeres, para artistas que necesitan dar a conocer sus trabajos. Un programa que propone la defensa del ser humano, con respeto, y la construcción de una vida digna para la humanidad.
El grupo cultural tiene otros trabajos sociales en vinculación directa con las comunidades, como los cantos kichwas que desarrollan en las escuelas del milenio, una forma dinámica de describirles a los niños, con cantos, la vida del ser humano. Es un trabajo voluntario que se hace día a día, luchando por la comprensión del concepto de educación intercultural bilingüe. “Queremos respeto en esta sociedad intercultural, de lado y lado, vivir una vida intercultural, sería bueno que los hispanohablantes nos hablen en kichwa”.
Otro proyecto bonito es la creación de la escuela de instrumentos andinos. El hermano de Ana, Ati Cachimuel, está al frente. Los niños de las comunidades a veces no pueden aprender a tocar un instrumento. Los hermanos Cachimuel, que han nacido y aprendido en un ambiente musical, comparten ese conocimiento. Esto permite fortalecer la identidad a través de la música.
Otro proyecto del grupo es “Yarina va a tu escuela”. La idea es que los niños aprendan al menos una canción de Yarina en kichwa. Todo esto es hecho de manera independiente. Yarina trabaja con proyectos que fortalecen la identifican y le dan sentido para la vida.
Son trabajos de autogestión. Según Ana, “la música, la danza, el arte, la literatura, la poesía es como que no sirvieran. Nuestra lucha es fortalecer esos espacios, y pedir a las instituciones que tomen los tomen como una profesión y no como un hobby. Cuando hablamos de música, de arte, es una alternativa para conversar, para construir un mundo mejor, formando a las niñas y niños de forma diferente”.
Ana se siente feliz con estas actividades. Le gusta trabajar en lo cultural y lo social. “La fuerza de la identidad, de los proyectos que emprendemos, nos hace continuar y trabajar por nuestra identidad, por nuestra gente, para que algún día tengamos esas grandes oportunidades, sobre todo en la parte cultural”. Está consciente de que la música es una profesión que requiere mucho esfuerzo, y cree que es necesario tener beneficios legales, estar asegurados, es decir, todo lo que implica tener un trabajo para cubrir las necesidades, atender a las familias.
Ana agradece a la naturaleza por ser mujer, madre y cantora, por bailar los pasos de los abuelos. Para dar de comer a sus hijos ha seguido cantando y bailando, contándoles cuentos, no para dormir sino para despertar, y ellos tienen las herramientas para seguir fortaleciendo sus raíces.
Jennie Carrasco
Fotografía: Joselo Imbaquingo
Otavalo, 2017